miércoles, 9 de mayo de 2018

CENIZAS. A propósito de la quema de libros en Alemania.

La quema de libros del 10 de mayo de 1933 en Berlín, Frankfurt y otras ciudades alemanas presagiaba el horror de los hornos crematorios. La quema pretendía destruir todo aquello que desde el papel se opusiera al “espíritu alemán”, según la definición del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP). Si bien en la posguerra se alzaron voces (y hubo un tiempo para los juicios de Nüremberg en 1945 y 1946), la tardanza en analizar aquel episodio impidió que las investigaciones sobre la multiplicación de los incendios calaran hondo. Era sabido que en la etapa de la restauración de la Alemania Occidental, la de Konrad Adenauer, canciller entre 1949 y 1963, se integraron mejor los antiguos nacionalsocialistas que sus víctimas, y existía un acuerdo tácito de no hurgar en lo sucedido durante aquellos años ni incomodar a los que hubieran actuado en complicidad con el régimen nazi.

En 1983, cuando era tiempo de recordar aquella quema generalizada, el escritor, periodista, crítico literario y traductor Walter Boehlich (Breslavia, Polonia, 1921 – Hamburgo, Alemania, 2006) escribía en el semanario Der Spiegel no haber hallado en la historia alemana otro ejemplo en el que la juventud académica, públicamente y de la mano de la “ancianidad” académica, fomentara con encendidos discursos y hasta con música la destrucción de lo que era la propia literatura contemporánea. Un hecho que demuestra la facilidad con la que los dueños del poder liman la mente de los ciudadanos.

Para los declarados nazis aquellas fogatas de las que participaron eran todavía “actos simbólicos”, y no se engañaban. No podían destruir la totalidad de los libros y escritos porque hubo antes quienes los difundieron y habían hecho circular en bibliotecas a salvo de la destrucción y accesibles a sus lectores. Una protección amenazada, y más en el caso de los lectores que fueron asesinados o debieron huir.  De aquellos intentos quedó un resto, pero se lamentaron pérdidas, en parte por la   escasa disposición a rescatar la literatura que el hitlerismo había querido reducir a cenizas.

El escritor Wolfgang Schulz investigó 116 libros escolares de lectura de los años posteriores a 1945, comprobando que en ellos sólo se reproducían doce textos de autores que los nazis habían expulsado de la Academia Prusiana de las Artes. En contraste, halló 334 textos de los autores que habían respaldado a Hitler.

A la noción de “el espíritu alemán” se opuso la definición de “el espíritu antialemán” que el ministro de Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels (1897-1945), identificaba con el “extremado intelectualismo judaico”. Por eso las primeras listas negras están integradas por judíos y “judaizantes”, aunque pronto se le adjudicó carácter de judío a cualquiera que disgustara al régimen. Las doce tesis adversas al espíritu antigermano, suerte de guía para la destrucción de obras, estaban colmadas de afirmaciones antijudías.

En La quema de libros (Die Bücherverbrennung), Gerhard Sauder analiza documentación estudiantil y concluye que, si bien se arrojaba al fuego todo título que estuviera en las listas negras, muchos otros libros corrían igual suerte. Y, contra lo que algunos creen, también ardieron las obras de Thomas Mann (Lübeck, Alemania,1875 – Zúrich, Suiza, 1955). Un fuego que décadas más tarde activó la discusión sobre si los alemanes empalmaron con lo que los nazis destruyeron o con lo que convivió con ellos.

miércoles, 2 de mayo de 2018

EL DESAFÍO DE ACTUAR UN TEXTO DE ARLT. ENTREVISTA A DIEGO VELÁZQUEZ.


Diego Velázquez. Gentileza: Gustavo Gorrini.
Autor de un único libro que fuera bien recibido en el ámbito literario, el personaje de Escritor fracasado -relato de Roberto Arlt (1900-1942)-  irá fabulando estrategias para no desmerecer aquel primer logro. La escritura rebelde y lúcida  de Arlt, narrador, dramaturgo y periodista, capturó al actor marplatense Diego Velázquez al punto de animarlo a  escribir la adaptación para el teatro. Intérprete de la obra, dirigida por la actriz Marilú Marini - quien reside en Francia desde la década del '70,  y regresa periódicamente a la Argentina-  acaba de reestrenar Escritor... en la Sala Luisa Vehil del Teatro Nacional Cervantes. Un espectáculo frontal, libre de prejuicios y actuado con picardía para recrear un texto de marcadas aristas, áspero e irónico por la condición del personaje. Velázquez cuenta que descubrió este relato tras su participación en la serie sobre Los siete locos (novela publicada en 1929), y su continuación, Los lanzallamas (de 1931), adaptadas por el escritor Ricardo Piglia (1941-2017) y equipo; con dirección de Fernando Spiner y Ana Piterbarg, emitida en 2015 por la TV Pública.  Allí compuso a Remo Augusto Erdosain, personaje que verá en el crimen una manera de trascender. “Cometer un crimen es poner en funcionamiento todo el sistema carcelario, y él sería un criminal y no un hombre gris, un humillado”, -apunta Velázquez-, quien en la traslación de Escritor... introduce breves frases de Erdosain y el Astrólogo con la intención de incorporar ideas a las que ya desarrolla el personaje en torno del cinismo y la hipocresía que circulaba en el ambiente artístico y literario. El corto vuelo de las palabras es también motivo de reflexión: "Qué pobre es la palabra para expresar la angustia de lo que el hombre lleva adentro, pero no puedo dejar de usarla"    

--¿La opción ha sido sostener una  prosa que fuera un “cross a la mandíbula”?

--Las palabras de Arlt están en la obra y tienen la fuerza de esa frase. Nuestro propósito era encontrar un circuito escénico que acompañara a sus palabras, las pusiera en movimiento y fueran escuchadas. Porque ¿de qué sirve hablar y hablar y que el público no entienda? Aquí no hay cuarta pared. Digo el texto mirando a la gente, porque en el teatro es todo o nada, y en ese todo cabe pensar y reflexionar. 

--¿También interpelar y esperar que el público reaccione? Me refiero al agregado del final.  

--Hicimos muchos ensayos con invitados, y en el final de uno de ésos, con la obra ya terminada, el público permanecía en silencio. Ahí reaccioné, y dije “aplaudan putos”, pero no por insolente. En ese momento se coló el actor...

--El silencio no es necesariamente rechazo, y más, cuando las palabras finales del texto de Arlt encierran una verdad que incumbe a todos.   

--El personaje reconoce que no escribirá otro libro, y dice: ¿Para qué afanarse en estériles luchas, si al final del camino se encuentra como todo premio un sepulcro profundo y una nada infinita? Pero la frase final es “Y yo sé que tengo razón.”

--Admite su “fracaso”,  no se conmueve y preserva su ironía.   

--Mi intención era ir un poco en contra de los aspectos más oscuros del personaje. Dejar que se fuera recomponiendo en lugar de hundirse. La escena de las selfies coronando la banalidad es parte de ese juego. Sabe que no tiene qué decir. Y tapa su fracaso armándose de máscaras, mostrándose vanidoso o soberbio, crítico feroz o indiferente, y anuncia proyectos inexistentes para disimular su  vacío. Estos recursos le permiten salir a la calle y enfrentar a los otros como si fuera un personaje rico en ideas y no un hombre gris. Y lo hace con total impunidad.

--¿Buscó a través del trabajo corporal diferenciarse de otras puestas sobre textos de Arlt?

--No concibo el trabajo actoral desde otro lugar que no sea también el físico. Cuando me instalé en Buenos Aires, en 1996, estudié en la EMAD (Escuela Municipal de Arte Dramático) y después no volví a tomar clases de actuación sino de danza para actores, donde encontré más herramientas para actuar que en las de actuación. Marilú también tiene esa formación, por eso nos entendimos bien desde el primer momento. Y fue importante, porque no tuvimos demasiado tiempo de ensayo, aunque yo tenía el texto muy presente. No era cuestión de estudiarlo de memoria sino asociarlo a la cantidad de acciones que tengo en la obra, a las intervenciones en las que me dirijo al público, y a las muchas ganas de transmitir el texto, que tiene párrafos complejos, proféticos y poéticos que no desechamos, aun sabiendo que debíamos acortar.

--Otra humorada del personaje es anunciar su proyecto sobre la no-acción, sugerencia de un amigo “botarate”.  

--”Quien más que yo  podía escribir aquellas líneas de angustiosa verdad”, dice, sabiendo que no puede impedir que los otros escriban. Por eso toma como suyo el “decálogo de la no-acción”.  Plantea lo opuesto a la  famosa frase de Arlt sobre  la “prepotencia de trabajo”. Es como si Arlt hubiera visto en este personaje a su enemigo, al que entiende y usa como protagonista de su cuento para decir lo que piensa, incluyendo en esa crítica a los escritores que lo bastardeaban. Emilio Renzi, el personaje-escritor,  alter ego  de Ricardo Piglia (cuyo nombre completo es Ricardo Emilio Piglia Renzi), repara ese bastardeo: “Cualquier maestra de la escuela primaria, incluso mi tía Margarita, puede corregir una página de Arlt, pero nadie puede escribirla”. 

--Arlt mismo se refería a la crueldad y el servilismo de su época, a estar asistiendo al  “crepúsculo de la piedad”...

--Los textos de Arlt no son fáciles de leer. Requieren un lector activo dispuesto a involucrarse. Uno entra a su literatura por un camino oscuro habitado por personajes roídos, pero hay otros, y muy fuertes, que intentan zafar de una vida gris. En Escritor... hay un texto revelador: “No podía  resignarme a ser una anónima partícula silenciosa que en la noche se sumerge en el sueño colectivo mientras otros hombres trabajan dichosos su hermosura.” La comparación del personaje es con el que brilla, y la mirada está puesta siempre en los otros y en cómo los otros lo miran a él. Y nos pasa a todos: desde el inicio de un derrotero, tanto el éxito como el fracaso estará marcado por la mirada de los otros. 

"Escritor fracasado", de Roberto Arlt.

Intérprete: Diego Velázquez
Adaptación teatral: Marilú Marini y Diego Velázquez
Escenografía y vestuario: Oria Puppo
Iluminación: Oria Puppo y Omar Possemato
Música original: Nicolás Sorín
Dirección: Marilú Marini
Lugar: Sala Luisa Vehil del Teatro Nacional Cervantes
Libertad 815, CABA. Teléfono: (011) 4815-8883
Funciones: de jueves a domingo a las 18. Hasta el 20 de mayo
Localidades: 180 pesos. Descuento de 50% a jubilados, docentes, estudiantes e instituciones públicas con acreditación.   


 

“Creo que jamás será superado el feroz servilismo y la inexorable crueldad de los hombres de este siglo. Creo que a nosotros nos ha tocado la horrible misión de asistir al crepúsculo de la piedad, y que no nos queda otro remedio que escribir desechos de pena, para no salir a la calle a tirar bombas o a instalar prostíbulos”.


Roberto Arlt Autobiografía.

Editorial Claridad (1929).