viernes, 18 de marzo de 2016

EL COLOR DE LOS DÍAS

Retrato cotidiano que desafía al tiempo, El patio de atrás, del dramaturgo, director y novelista Carlos Gorostiza, se presenta en el teatro Andamio 90, en una puesta de Natacha Delgado, actriz y profesora dispuesta a desentrañar las posibles relaciones entre la obra y su contexto social.



¿Qué impide a los personajes de El patio de atrás ser artífices de la propia vida? Cuatro hermanos, maduros y sin amores, abroquelados en los fondos de la vivienda familiar, alquilada en parte a unos videoclubistas, ven pasar los días sin atreverse a ser lo que tal vez quisieran. Esta obra del dramaturgo, director y novelista Carlos Gorostiza tiene una antecedente admirable. Su autor la dirigió y estrenó en 1994, en la Sala Cátulo Castillo, con imborrables actuaciones de Cipe Lincovsky, Carlos Carella, Leonor Manso y Patricio Contreras.  El texto, síntesis de melancolía y humor, despierta hoy nuevas lecturas en la actriz y directora Natacha Delgado, incluidas en la  puesta que viene ofreciendo en Andamio 90. Esta vez conforman el destacable elenco Rosana López, Ana Pasulevicius, Gustavo Reverdito y Miguel Villar. Delgado,  egresada en Arte (UBA), se inició siendo niña en Andamio, sala fundada por Alejandra Boero, actriz, directora y maestra que hizo posible, junto a su hijo Alejandro Samek, la creación del Instituto de Educación Superior en Teatro que funciona contiguo a la sala (Paraná 660/662). El batallador temperamento de Boero fue para Delgado decisivo en su profesión. Participó en experiencias entonces inimaginables en el circuito independiente de la época, como el proyecto intergeneracional  “Los que vienen”, con obras de autores de alto voltaje. Integró, entre otros, los elencos  de Nekrasov, de Jean-Paul Sartre (en 1994);  1789, de Ariane Monouchkine, en una entusiasta versión que autorizó la creadora francesa; y en la primera y segunda parte de Ángeles en América, del neoyorquino Tony Kushner (sobre el sida, los superpoderes y la corrupción), espectáculo que se completó con Perestroika.  “Yo era el ángel que descendía”, recuerda Delgado en esta nota.  “Aquella fue  una experiencia maravillosa  -destaca-, compartida con actores y actrices de trayectoria y alumnos graduados. Estos trabajos se realizaron en conjunto entre Boero y el director Julio Baccaro, y el aporte de Tito Egurza (en escenografía e iluminación), Daniela Taiana (vestuario) y otros grandes colaboradores. Y todo a pulmón”. 

--Entonces el teatro no se llevaba bien con el conformismo social de los ’90…

--Esa es la parte triste, tampoco había, como hoy, tantas salas disponibles. Pero la gente del teatro independiente se reunía y luchaba por un espacio. Se creó el MATe  (Movimiento de Apoyo al Teatro),  la Ley Nacional de Teatro (en 1997), el Instituto Nacional del Teatro… Los ciclos en los que intervenían los recién ingresados eran importantes, porque en esos años éramos nadie si no salíamos en televisión. La influencia de los medios aparece en el personaje que hojea el diario como si no lo leyera, o en Clemen, ansiosa por leer revistas de actualidad, como si las banalidades que allí se publican fueran parte de su realidad. Toma como verdades lo que son interpretaciones interesadas de la realidad. 

--Ese era un señalamiento de Boero, cuando afirmaba que cada cual debe ser dueño de su pensamiento para así reconocer la cara del enemigo.

--Y aprender, además, el lenguaje del enemigo.  

--Se ha dicho que El patio…refleja un estado de inmovilidad.  ¿Es así?

--La actriz Rosana López (La Nena, en esta puesta) fue quien me acercó la obra. Recordaba el impacto que le produjo el estreno del ’94.  Ella y el elenco me ofrecieron dirigirlos. He hecho muestras completas, y obras, como Lisístrata, o la rebelión de las mujeres, que ahora coordino y dirige Roberto Monzo.  Acepté, aunque al inicio del proyecto tenía dudas. El patio… nos habla de los vínculos, de la inmovilidad, y, en mi opinión, de un contexto político, el de los ’90, y  todo lo que dejó: el individualismo, la “no política”… Estas y otras cuestiones reflejan ese estado social. También yo, cuando acabó la presidencia de Raúl Alfonsín (1983-1989) me sentí perdida. Desconfiaba de todo. Fue un momento crítico en mi profesión.  

--¿Y ahora qué?

--Ante la lectura de un texto o del material que me ofrecen, me pregunto qué quiero contar.  Los actores elegidos daban justo para los personajes, y entonces me decidí y  pedí colaboración a Héctor Calmet, que diseñó la escenografía y la iluminación. Ya teníamos el  permiso para el proyecto, que es en cooperativa, y junto con Calmet, fui invitada a tomar el té en la casa de Gorostiza. Todo muy importante y grato para mí. Gorostiza me preguntó qué quería hacer con la obra, cuál era mi interpretación del texto y cuál mi idea de puesta. Ese encuentro fue anterior a las elecciones. Se vivía otro clima, diferente al de hoy.

--¿Sigue vigente el interés por el entorno social? 

--Para mí es paralelo al análisis de los vínculos de los personajes y de la historia familiar. Esto que sucede en El patio…  puede darse en cualquier momento, y en cualquier tiempo y espacio. Ellos son cuatro hijos estériles, anclados en la espera de Tomasito, el hermano menor que  desapareció sin dejar rastro. Mientras tanto, no hacen nada con sus vidas, tanto en un sentido amoroso como profesional.  Tienen la pulsión y el deseo detenidos. Uno de ellos, Máximo, siempre en su silla de ruedas, parece haber quedado paralítico por una cuestión psíquica y no física, y el otro hermano se obsesiona con unas fotos y ocupa su tiempo en crear un invento que le dé dinero. 

--En la puesta del ’94, esa obsesión estaba dirigida a los vaivenes bursátiles…

--Ese cambio fue consensuado con Gorostiza. El personaje de La Nena teje sin parar largas bufandas y  Clemen se entusiasma leyendo revistas de famosos y armando un collage con las fotos publicadas. Relaciono estos comportamientos con una sociedad de gente aislada, detenida en un lugar psíquico. Pensé en las fotografías, en sus colores sepia, en una escenografía otoñal, donde las hojas caen y las ramas quedan desnudas. 

--¿Ese es el final de los personajes?

--Es el tono que quise dar a sus acciones, a lo absurdo de sus comportamientos y a sus caracterizaciones cercanas al expresionismo. Por eso el maquillaje recargado, las paredes en diferente perspectiva…

--¿Por qué la negativa a intentar una salida?

--Negando se protegen. Casi no se mueven de sus lugarcitos, y arman un sistema al que no puede ingresar ningún otro, porque eso sería desarmar esa forma de convivencia. En esa casa no funciona el reloj ni la radio. Y hasta el pajarito que oían cantar dejó de hacerlo porque olvidaron darle de comer. Afuera de ese patio parece estar la libertad. La torre con su campanario, la música tecno del video club, los sonidos que en esta puesta  fueron incorporados por Marco Bailo. En ese ámbito, estos hermanos acaban siendo la negación de la negación.  

--¿Niegan incluso la fugacidad del presente?

--En ellos el tiempo está marcado por unas campanadas, y es infinito, porque permanecerán en esa casa sin reconocer que se les está yendo la vida. Esa es una de mis lecturas. Por eso la obsesión por las fotos que condensan pasado, presente y futuro. El pasado por los recuerdos, el presente por lo que están viviendo y el futuro por la espera  de Tomasito, que desapareció.  

--¿Qué indica el sonido de un helicóptero en vuelo?

--Ese es otro motivo de discusión entre los hermanos. Unos dicen que es un avión y otros un helicóptero. Lo que sucedió a nivel político en 2001 nos dejó pensando. Podríamos preguntarnos quién se va o a quiénes llevan…

--Un ruido que estremecía en una escena de  A propósito de la duda,  primera obra testimonial de los ciclos de Teatro por la Identidad…

--Claramente. Por eso,  La Nena dice que no importa si es el ruido de un avión o de un helicóptero. Importa  que allí adentro haya personas,  y por ahí, acá abajo, entre nosotros, otras personas están esperando que regresen. 
      
Teatro Andamio 90
Paraná 660 CABA