viernes, 20 de octubre de 2017

EN MEMORIA DE FEDERICO LUPPI: "NO SOY UN MILITANTE, PERO LA POLÍTICA ME INTERESA"

(Nota de mi autoría publicada en el diario Página/12 el martes 30 de marzo de 2010) 
Admite tener un carácter irascible y ser intolerante frente a la chantada: “La percibo rápido y la veo venir de lejos”, dice. Fresca todavía en él la imagen de la pueblada de Baradero, sostiene que la gente no cree en las autoridades y está harta, “cansada de ver a quienes mandan en permanente contacto con el delito y el encubrimiento”. Ese y otros hechos están presentes en el diálogo con el actor Federico Luppi, quien regresó de España, donde vive, para protagonizar una pieza teatral del dramaturgo y periodista brasileño Dib Carneiro Neto. El título es Por tu padre, del original Adivinhe quem vem para rezar, de 2001. Si bien Luppi viene realizando periódicos viajes a la Argentina para actuar en cine y televisión, no se lo veía en escena desde fines de 1990, época de la puesta de El vestidor, obra del sudafricano Ronald Harwood que dirigió Miguel Cavia. Cavia está también a cargo de Por tu padre, donde Adrián Navarro compone al joven que enfrenta –por separado– a su padre y al socio comercial de éste en lugares tan insólitos como dos velorios. Convocado por el empresario Christian Cristofani, Luppi señala que en un principio halló a la obra “verborrágica”, desmesura que justifica, puesto que es al mismo tiempo “sencilla y directa respecto de la relación padre e hijo”. “Este muchacho creció en ausencia del padre y al lado de una madre sexualmente activa con otros. La acción se desarrolla a la manera de recuerdo en un velorio, y lo importante es que no se trata de un devaneo de diván”, señala el actor. “Me gusta cómo cuenta el azoramiento, la decepción y la rabia acumulada de un chico de doce años que creció sin poder definir la sexualidad, la adultez y valores como la lealtad.”

–Una historia donde usted interpreta al socio del fallecido...

–Pero el protagonista es el chico. El autor, con buen tino, y para enfrentar a los dos elementos modificadores –o deformadores– de la vida del muchacho, presenta dos velorios.

–¿Esa fantasmagoría es característica de los autores brasileños?

–Como los mexicanos, los brasileños tienen una cultura de la muerte menos traumática que nosotros. Poseen una visión más laxa del duelo. No sé, tal vez estoy guitarreando, pero imagino que tienen una profundísima visión de lo religioso emergente de las clases pobres, y sienten gran pasión por el mundo animista. La muerte no es terminal: para ellos el más allá es algo que se puede dar.

–No son los únicos. En cine, un ejemplo es El bosque animado, de José Luis Cuerda.

–Estuve en Galicia y pude conocer todo eso de la creencia en la continuación de la vida y en la existencia de la meiga, la maga, la vidente para los gallegos. Filmaba Divertimento, una película de 2000 que dirigió José García Hernández y en la que trabajé con Francisco “Paco” Rabal. Con Paco coincidí también en La vieja música, de Mario Camus, pero aquella filmación de Divertimento, en el Teatro Jofre, de El Ferrol, fue inolvidable. Galicia es hermosa, con sus fiordos y nieblas matinales y la lluvia fina que llaman orballo.

–Una región de poetas.

–De grandes poetas, a los que descubrí, como descubrí la capacidad para escuchar de los gallegos. En otras zonas de España es común que alguien pregunte “¿Oye, cómo estás tú?” y que cuando uno se dispone a responder el otro no lo deje completar la frase, lo palmee y le diga “¡Vamos, nada!”, y dé por terminado el diálogo. Porque se supone que hay que estar bien arriba, siempre. Una amiga del periódico Faro me invitó a una lectura que se hacía en una callecita de un centro peatonal. La poeta acababa de salir de una grave crisis de un cáncer de mama. Estaba totalmente pelada, la cabeza cubierta con un gorro de lana. Una mujer preciosa marcada por la enfermedad. Cuando comenzó a leer su poema, tuve la sensación de que unos gnomos me tironeaban de las tripas. Había una densidad, un tono de elegía al nombrar el mar, la niebla, la lejanía... Sentí que el mundo campesino se mezclaba con cierta visión paisajística al estilo del dramaturgo y poeta noruego Henrik Ibsen. Quedé enganchado con Galicia, también por la pedestre concepción glotona que tenemos por la comida. Los gallegos conservan todavía ese sentido no espiritual pero sí terráqueo de la posesión. El gallego se hace matar por el pedazo de tierra que posee, y conserva la actitud generosa de invitarte a que te sientes a su mesa.

–¿Halló igual hospitalidad en España en el campo laboral?

–Pude participar en varias películas. En teatro había tenido antes buen recibimiento con El vestidor. Habíamos llevado la obra en gira por cincuenta y dos ciudades. Todo armado por una empresa productora que dirigen Ana Jelín y otra gente. Hicimos funciones en teatros bellísimos, muchos de estos reciclados, con técnicas al día y un gran nivel de colaboración. En España se reciclaron mil cien teatros. En 2007 y parte de 2008 salimos de gira con El guía del Museo Hermitage, donde trabajé con Manuel Callau y dirigió Jorge Eines. La obra es buena de verdad. Pone el acento en la resistencia, pero no ingenuamente. El autor es el peruano Herbert Morote, radicado en Madrid.

–¿Cómo fue su partida en 2001?

–Me había quedado tan en la vía que me fui pensando que podría rehacerme un poco. Acá, la mano venía mal. Busqué un lugar en las afueras de Madrid, porque era más barato, pero me eternizaba en la carretera y me instalé en la ciudad.

–Y se aclimató...

–No lo sentía fácil. Me fui al verme atrapado en el corralito, despojado. Fue algo serio para mí, porque me había ido muy bien en España, México y Perú, y la verdad es que había hecho un paquetito como para espaciar un poco el trabajo.

–¿No tenía idea de que eso podía sucederle?

–No, y me golpeó muy duramente, habida cuenta de mi enorme espesor ingenuo. Uno está hecho a la complejidad de los aumentos, a cuánto sube el precio de la comida y los servicios, como el gas, la luz, la nafta, pero nunca se me cruzó que un banco se quedaría con mi plata. Es lo mismo que alguien te diga que no vayas a un hospital porque al trasponer la puerta te parten en dos de un hachazo. Después de la decepción que venía sufriendo desde antes de la dictadura de Videla, y en democracia con la debilidad de Raúl Alfonsín, el raterío de Carlos Menem y lo que pasó con De la Rúa, sentí que pensar lo político desde la política era un gasto de energía, algo ingenuo y nulo. Me fui amargado, muy solo y sin plata. Como no pertenezco a ningún partido ni a ninguna corporación del establishment, decir que se está solo no es un eufemismo.

–Pero en España, al menos, pudo seguir trabajando...

–Allá se conocían cuatro o cinco películas en las que había actuado y habían interesado. Una fue Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, un film de 1995 de Agustín Díaz Yanes, con Victoria Abril. Eso me dio un poco de chapita para seguir actuando con cierta frecuencia. Hice televisión, también.

–¿Qué significa hoy este regreso?

–No quiero ser condescendiente conmigo: he vuelto por trabajo. Estoy en una etapa de la vida en la que cuesta sostenerse. No tengo jubilación; nunca fui reconocido como un actor en relación de dependencia. Lo curioso es que la sociedad exige que uno tenga los parámetros productivos de un joven de treinta. A mi edad no se saca fácilmente un carnet para conducir ni se puede aspirar a un crédito o un plan de medicina prepaga, sin embargo mis obligaciones sociales son las de quien está en el summum de sus capacidades productivas.

–Situación que puede modificar...

–Esto no se arregla, porque el sistema es así, y mi paciencia se acaba. Cuando pienso en los embates de la mentira política lo veo peor. Era un adolescente cuando subió Arturo Frondizi, a quien “compré” con pasión y hondura. Leía todos sus libros, y me decepcionó al ver cómo se prestaba a tramoyas y pactos. Y después la dictadura de Juan Carlos Onganía y la historia que conocemos todos. Cuando asumió Raúl Alfonsín, en 1983, pensé en una Argentina con futuro... Con esto no estoy diciendo que en otros países no existan conflictos muy serios. El cierre de la transición en España fue bastante infausto. ¿Cómo es posible que después de cuarenta años de despotismo franquista no se haya encausado ni condenado a los culpables? Como se dice en España, “de aquellos polvos estos lodos”, porque estos enlodados, estos deshonestos, han tomado preeminencia fascista para desalojar, por ejemplo, al juez Baltasar Garzón. España no es un mundo florido, pero todo es un poco más previsible que en Argentina.

–¿Qué le interesa de la política?

–No soy un militante, pero la política me interesa porque de ella dependo. Si los ciudadanos de a pie, los comunes, investigásemos y averiguáramos a quiénes votamos, las cosas cambiarían. No soy nada original diciendo esto, pero parece que es necesario repetirlo. Porque, cómo se explica que haya gente capaz de votar tres veces al represor Antonio Domingo Bussi, dos veces a Carlos Menem... y así con muchos otros.

–¿Falta de cultura política, entonces? ¿Qué propone?

–Cuando hablo o me invitan a hablar, digo lo que pienso, y donde sea, le guste o no al que me invitó. Es una forma de responder a la impunidad, a la mentira...
(Ver la nota completa con recuadros publicada en Página/12).

jueves, 12 de octubre de 2017

POR UNA GRAMÁTICA DE LA FANTASÍA

"La musa y el poeta”, de Eduardo Rovner

Alterar una situación cotidiana para dar curso a la fantasía, con un toque irónico y a veces cruel, es una elección que abarca casi a la totalidad de los textos de Eduardo Rovner, autor de numerosas obras y últimamente premiado por la Universidad de Palermo y distinguido por la Legislatura porteña como Personalidad Destacada de la Ciudad de Buenos Aires. Ingeniero electrónico (UBA), egresado de la Escuela de Psicología de Enrique Pichon-Rivière, docente y músico (intérprete de violín) con estudios en el Conservatorio Municipal Manuel de Falla, advierte sobre lo que considera carencias en las obras que suben a escena. Inquietud que retoma en esta entrevista, realizada en su casa del barrio de Palermo, poblada de libros, compactos y cuadros que resguardan pinturas y fotografías. Uno de esos cuadros recupera la imagen del maestro Pichon-Rivière, quien lo asesoró en Una pareja, obra de 1976 que estrenó en el Teatro Payró;  y, entre otros, el que muestra a los actores  José María Gutiérrez y Julio Chávez interactuando en una escena de Último premio (1981), ofrecida también en el Payró, con escenografía de su admirado amigo Antonio Berni, inolvidable creador de Juanito Laguna y de tantos otros personajes plasmados en óleos y collages.

Rovner señala la escasez de metáforas potentes, lo que no le impide mostrar entusiasmo al referirse a su próximo estreno: La musa y el poeta, obra de títeres para adultos inspirada en los cuentos del escritor, músico y pintor E.T.A. Hoffmann (nacido en Königsberg en 1776, entonces Prusia Oriental); y en la ópera del compositor y violonchelista alemán Jacques Offenbach (1819-1880), donde Hoffmann es personaje. Una puesta que dirige la titiritera y actriz Adelaida Mangani, y que, a pesar de estar incluida en la programación de este año del Complejo Teatral San Martín, pasará al próximo. Según Rovner, porque la obra irá al Teatro Regio, donde se viene ofreciendo con éxito El avaro, de Molière, espectáculo al que se decidió no bajar de la cartelera.


El tema del “discurso vacío” lo lleva a trazar un paralelo con algunos de los conceptos vertidos en el libro La era del vacío, por el filósofo y sociólogo francés Gilles Lipovetsky. “El discurso vacío es habitual en nuestro país -advierte Rovner-. El narcisismo es necesario en el que debe exponerse, como en el teatro, pero  ese narcisismo debiera expresarse a través de la obra de arte y no de la persona. Sin embargo, lo importante no es hoy la obra de arte sino el narcisismo personal. Son mayoría los que suben a un escenario para mostrarse... ¿Y qué dicen? Nada. No es necesario que haya un mensaje claro, pero sí  planteos, preguntas... Y cuando los hay, lo que se ve es que al supuesto receptor no le importa. Me resisto a que el teatro deje de ser, además de un fenómeno estético, un testimonio del mundo en que vivimos.”

¿A qué se debe ese desapego por el testimonio?

El pragmatismo, la búsqueda de la utilidad dejó atrás otros valores. Insisto en la circulación de ideas potentes. Cuando lo primero es “mostrarse” surgen espectáculos  hechos especialmente para tribus o grupos que se sabe lo irán a ver. Es probable que haya surgido de un fenómeno cultural más amplio, pero nuestra escena lo está representando. Parece que no importara la crítica sobre lo institucionalizado. Y no me estoy refiriendo a declaraciones supuestamente rebeldes. En lo que se ofrece puede que haya obras exitosas, y hasta con un buen trabajo, pero son “nada”. Estoy convencido de que esta carencia es una reacción frente a una generación que quería decir algo, como fue en su momento Teatro Abierto, que sin duda pisó fuerte. Es como si hoy nos dijeran que a diferencia de aquellos que quisieron decir mucho, ellos decidieron decir “nada”.

Son etapas. Tal vez un experimento. Lo que siga dependerá de la aptitud de cada uno...

Es la dialéctica, ¿no? Tesis, antitesis... Puede que estén tratando de ver qué pueden decir ellos.

¿Influye en ese “vacío” tomar conciencia de que son otros los que deciden?
           
Cuando sabemos qué hacen y dicen los que tienen poder, o nos enteramos que por sus ambiciones peligra el mundo, es probable que nos preguntemos qué valor tienen nuestros conflictos y nuestras penas. Porque pequeños fuimos siempre. Recuerdo que mientras participaba en una manifestación supe que Nikita Kruschev y John Kennedy se habían reunido por el tema de los misiles en Cuba. Aquella situación fue para mí semejante a  esos momentos ilusorios de la vida en los que uno piensa que tiene poder de lucha sin reparar que los poderosos son los que negocian qué hacer con nosotros y con un país.   

Una realidad que no destruye la voluntad de hacer...    

¿Y qué otra cosa nos queda? Seguimos con nuestras ideas, nuestro trabajo, nuestros afectos... Yo sigo escribiendo: tengo cinco obras en carpeta, y reconozco que el teatro argentino tiene valores, pero no puedo ignorar que la mayoría de las obras que se muestran son pobres. Lo experimenté también en la docencia, siendo titular de dos cátedras en la Escuela Nacional de Arte Dramático, que obtuve por concurso. Una materia era sobre dramaturgia y otra sobre el proceso creador. Después de modificar varias veces los programas, las autoridades concluyeron que Dramaturgia no era importante para la Escuela. Y no era por la paga, porque mi sueldo era de 100 pesos y mi trabajo, por amor al arte. Porque mi idea ha sido siempre devolver aquello que recibí de las  instituciones públicas en las que estudié.      

¿No insistió?

Me fui, porque me sentí maltratado. Pasé por estudios rigurosos, con buenos profesores, y no entendía a esos alumnos que entraban hasta una hora después de iniciada la clase, porque -decían- se les había hecho tarde; o se negaban a corregir sus errores,  porque, según ellos, el texto “perdía frescura”. No se puede desconocer que tenemos un altísimo porcentaje de gente que no sabe escribir, aunque admito que hay algunos buenos. En teatro me interesa el trabajo de Claudio Tolcachir, por ejemplo; y pienso que Javier Daulte es un excelente autor y director.

¿Por dónde va su versión de los cuentos de E.T.A. Hoffmann?

Cuando repasé el texto de Hoffmann y busqué inspiración en la ópera de Offenbach, advertí que el conflicto principal era Hoffmann y las mujeres de las que se enamora. Hay un personaje pequeño al comienzo de la obra, la Musa, enamorada del escritor, a la que él no puede aceptar porque no es corpórea. Esa situación se mantiene hasta que la acepta, convencido de que lo ama y nunca lo abandonó. Me interesó eso de enamorarse de la inspiración, y Adelaida estuvo de acuerdo. 

En otra época se decía que la mujer amada era la musa...

Y era así porque despertaba metáforas. En esta versión hay tres historias donde la fantasía y el misterio son protagonistas. Hoffmann, el autor,  es real y la Musa una fantasía. Este planteo está en mis obras; en Volvió una noche, por ejemplo, donde  una madre muerta sigue vigilando a su hijo... Aquella fue una de mis obras más estrenada en Praga y en otras ciudades checas.  Y en Montevideo, donde también se dio Cuarteto. Sergio Renán había hecho la primera puesta con el título de Concierto de aniversario, en  Teatro Abierto '83;  y en 1991, dirigió la versión ampliada (Cuarteto), en el Teatro San Martín. El elenco era extraordinario:  Aldo Braga, Juan Manuel Tenuta, Jorge Petraglia, Marcos Woinsky, Hilda Bernard y Gastón Marbelli. Sergio era muy exigente.

¿Compartió estudios de música con Renán?

Los dos tocábamos violín en la Orquesta de la Universidad. Era otra época. Después de años sin tocar, llevé el violín a un luthier para que lo arreglara. Lo dejó fantástico, pero no continué... Mis notas eran comparables al maullido de un gato. Mi hermano es pianista. Habíamos tocado juntos sonatas para violín y piano, y quedamos en volver. ¡Imposible! Seguía en el teatro y algo tenía que dejar. El teatro exige y yo buscaba que mis obras conectaran con la fantasía. La obra en tierra no me atrae. No pretendo mostrar una verdad ni muchas verdades. Me atrae el misterio. Acercarse al misterio es una pulsión de vida en el ser humano. La ciencia intenta acercarse, pero aún así el misterio perdura.