domingo, 5 de mayo de 2019

PRESENCIA Y PARTIDA DE UNA GRAN ACTRIZ

Crédito: Asociación Argentina de Actores
La noticia de la muerte de un ser admirado y querido nos transforma. El primer impulso es evocarlo, recuperar el tiempo ido y acaso acallar la certeza de la muerte. Graciela Araujo, actriz de fina sensibilidad, agradecida y tenaz en su trabajo, falleció el pasado viernes 3 de mayo de un paro cardíaco después de haber cumplido una labor fundamental en la escena y en otras áreas del arte. Nació en La Plata el 24 de septiembre de 1930 y participó en obras siendo estudiante en el Conservatorio de Música y Artes Escénicas en tiempos de la dirección del destacado músico y compositor Alberto Ginastera (creador de ese Conservatorio en 1949 y en 1951 el de Música Julián Aguirre, en Banfield). Entonces daba clases de teatro la actriz y directora Milagros de la Vega, a quien Araujo reconocía una visión moderna del teatro. De esa etapa, Araujo comentó en uno de los diálogos que mantuve con ella que, siendo alumna, integró un elenco con el seudónimo de María Souto. Esto porque no estaba permitido actuar como profesional a quien era estudiante. El seudónimo correspondía a su primer nombre y a su segundo apellido. Calificaba de atrevimiento a esos avances, como actuar en Las criadas del francés Jean Genet, en el Teatro Universitario de La Plata. Personalidad inquieta, participó en La Comedia provincial y el Teatro Argentino de su ciudad. Viajaba seguido a Buenos Aires, y la atrapó la radio: “Milagros dirigía un radioteatro y me llamó. Fui a Radio Belgrano, y después pasé al Elenco Estable de Radio El Mundo.” Allí trabajó en un programa que dirigía otro grande del teatro: Armando Discépolo. Conoció a Alberto Migré y participó en telenovelas de este autor y en otras dirigidas por él. 

Su labor abarcó obras clásicas y populares, y teatro al aire libre, como el que se ofrecía en el Jardín Botánico, el Teatro del Lago (Palermo), el Museo Larreta y el de Caminito (en La Boca), impulsado por el director Cecilio Madanes. Integró el Elenco Estable del Teatro San Martín, disuelto en 1989. Destacada intérprete de celebradas obras clásicas y contemporáneas, participó además de la radio (incluida Radio Nacional) en telenovelas y unitarios de María Herminia Avellaneda, en ciclos de TV y el cine. En películas como Yo, la peor de todas (1990), de María Luisa Bemberg; y Un muro de silencio (1993), de Lita Stantic.

Obtuvo galardones en distintos ámbitos del arte y numerosos en el teatro. De éstos recordaba el preciado Molière (el argentino), por su interpretación en la versión de Hamlet, de William Shakespeare, protagonizada por Alfredo Alcón. El premio le significó un pasaje a París, y allí un cálido y alentador recibimiento. Tuvo el placer de conversar con el celebrado actor y director Jean-Louis Barrault (quien había visitado Buenos Aires), y con la actriz Madeleine Renaud.    

Era claro que, a pesar de su interés por el cine y su admiración por los jóvenes creadores, el teatro fue un imán. “Trabajé en muchas obras dramáticas, aunque me gusta lo cómico” Y en este punto tuvo su oportunidad en obras de comicidad bien diferentes, y daba ejemplos: las creaciones de los clásicos franceses y españoles, como Molière y Tirso de Molina, y más cerca en el tiempo, La Celestina en una versión de Jorge Goldenberg que dirigió Osvaldo Bonet en 1993. Se trataba de remozar el humor satírico del texto original de Fernando de Rojas. Una versión donde la Celestina interpretada por Araujo no ahorraba malicia ni verdades: “Florecí para secarme, crecí para envejecer, envejecí para morir.”

Otra pieza de fiera comicidad fue Las Presidentas, donde la actriz compuso a Erna junto a Thelma Biral y María Rosa Fugazot, dirigidas por Manuel Iedvabni. Esto fue en 2002 en el Teatro El Nudo. También aquí Araujo demostró su arte para reflejar el “humor seco” que exigía esta obra del austríaco Werner Schwab. Una “ceremonia doméstica”, retrato de cómo en una sociedad que ha convalidado regímenes totalitarios reaparecen “ayudantes” de verdugos. “Una ceremonia irreverente -decía entonces Araujo- y una reacción de Schwab frente al pasado nazi y la discriminación.” 

Y hubo más comicidad “pensante” en la historia teatral de la actriz. Y vale detenerse en Agua, de Gladys Lizarazu, donde compuso en 2005 a una Aurora de “duras aristas” en el marco de una acción que transcurre en Buenos Aires entre fines de 2001 y comienzos de 2002. Tiempo de violencia, muerte y saqueos. Otro deseo cumplido fue actuar en Las reglas de la urbanidad en la sociedad moderna, obra del francés Jean-Luc Lagarce, de humor más acotado por aquello de la urbanidad. La traducción era de Ingrid Pelicori y la dirección de Rubén Szuchmacher. Una apuesta que en un principio la asustó, porque estaba sola en la escena. Temor que pronto dejó atrás. La sostenía su experiencia y los estudios con Milagros de la Vega y la actriz austríaca Hedy Crilla, maestra de actores; con Roberto Durán, Agustín Alezzo, Augusto Fernandes y otros destacados intérpretes, maestros y directores.

El broche en su vida de artista fue integrar en 2013 el elenco de Final de partida, obra del irlandés Samuel Beckett, que nació en Dublín y murió en París. La tradujo del francés el director, investigador y maestro Francisco Javier y la dirigió Alfredo Alcón, intérprete del paralítico y ciego Hamm en esta inolvidable puesta que reunió a Araujo (Nell), Roberto Castro (Nagg) y Joaquín Furriel (Clov).  La actriz desplegaba allí un humor malicioso sin perder gracia, asomada apenas del tacho de basura que la aprisionaba. Humor que dolía, como el de la escena de amor que su personaje imagina y propone a Nagg, su pareja, con quien pelea a la distancia y ríe y habla de las piernas que no tienen ella ni su pareja. Una obra que puede ser un juego de ajedrez -como decía entonces Alcón-, una partida y un misterio. Quienes vimos esta puesta y tuvimos la oportunidad de dialogar con Araujo, supimos de su alegría y de cuánto significaba para ella este trabajo. Por eso este escrito y abreviado rescate de su generosa trayectoria.