viernes, 12 de mayo de 2017

VAGAMUNDOS

                                                       Secreto y transparencia del espejo
  
Blanca Doménech
Un náufrago de traje y corbata recala en una isla donde subyace una historia de veraneantes de  buen vivir que anhelan por corto tiempo fundirse en la naturaleza. El hombre desembarca de una mísera barcaza, fuera de temporada y en época de tormentas.  En ese paraje poblado de sombras antes que de personas no existen elementos que permitan comunicarse con el exterior. Situación que desconcierta al forastero y dispara preguntas en el espectador de Vagamundos, creación de la dramaturga y docente española Blanca Doménech, y Premio Calderón de la Barca 2009, que se presenta en el Teatro Celcit (Moreno 431),  dirigida por Carlos Ianni. La puesta, abreviada respecto del texto original,  publicado en 2010, en Madrid, potencia las reacciones de Max,  náufrago rebelde ante el áspero recibimiento de los habitantes del único hotel  de la isla. Dos personajes que le imponen códigos y limitaciones, especialmente Diana, quien también sabrá responder con evasivas, como Oliver. Sin salida y entre dudas, el forastero se preguntará si sólo serán dos los pobladores ya que oirá pasos en las habitaciones “inhabilitadas”. ¿Será una “representación” mental del atribulado Max? ¿Una amenaza tan ingobernable como la tormenta que hace marco a esta historia?  Crear situaciones que anuden “inquietud y misterio” es una de las aspiraciones de Doménech, equiparable a su deseo de “ofrecer pistas para que cada espectador reconstruya su propia historia”. La versión vista en el Celcit difiere en algunos puntos del texto original, pero “el propósito no ha sido modificado” –observa la autora en esta entrevista-.  “Vagamundos  se puede interpretar de muchas maneras –subraya-, pero la intención es la misma: no contar algo concreto al espectador, sino sacarle de su forma habitual de pensar, y llevarle, como en un viaje, a otra forma de pensamiento y a preguntarse quién es realmente.”

--Todo un tema para un protagonista como Max, atado a reglas…

--Max es el típico hombre rico que tiene lo que desea pero carece del contacto con lo que es. Fuera de esa isla creía controlarlo todo, y ahí, entre tantas carencias, debe enfrentar una nueva situación. La obra pretende mostrar el proceso interior de una persona que se busca a sí misma.

--¿Por eso eligió la rusticidad de una isla sin contacto con el exterior?

--Aunque mi experiencia no ha sido la del personaje, creo que en parte me basé en lo que sentí cuando pasé una temporada en un lugar donde el sistema que rige en las ciudades no tenía razón de ser. Los mecanismos de poder que manejan personas parecidas a este Max, allí no funcionaban. Era y es el mundo anti-sistema.  Es también la etapa que viví en la isla de Menorca  (islas Baleares),  donde se habían instalado comunidades hippies, de las que había mucho menos  cuando llegué. Quedaban, sí, personas que repudiaban a las sociedades que van detrás del dinero y de otras formas de poder.  Quise llevar a Max, prototipo del capitalismo actual, a un lugar donde su forma de comportarse perdiera sentido y se viera obligado a encontrar herramientas nuevas.

--¿Cómo lo definiría?

--Como alguien en guerra consigo mismo, obsesionado por la pérdida de un hermano o de dos. No lo sabemos. Es un trauma que ni él comprende. 

--En la obra se dice que no somos personas sino influencias. ¿Actuamos influidos por otros?

--Exacto. Es cuando perdemos identidad y nos creamos una imagen a partir de lo que otros piensan. 

--Imagen que a veces se “fabrica” para obtener algún rédito.

--Ahí está la clave. Y quizás sea la falta de búsqueda de uno mismo la que trae una primera complicación: cerrarse al entendimiento, no comprender dónde nos encontramos y finalmente sentir el vacío.  

--Limitación que comparte otro personaje al decir que “es imposible encontrar aquello que no quiere develarse”.

--Es que sabemos poco de la vida y de nosotros. Preferimos el misterio aunque nos produzca angustia, de la que escapamos acudiendo a superficialidades.

--En el texto y no en la puesta, Vagamundos se acerca más a la literatura que a la escena. ¿Es intencional?  

--No hubiera podido escribir esta obra así como está si hubiera partido de acciones concretas, o sea directamente de la escena.  He leído y leo mucho y mis referencias no son siempre conscientes. El texto mantiene el espíritu de la literatura, y en ese aspecto es un reto para el director. 

--¿A qué se debe su interés por la neurociencia en el teatro?

--Parte del deseo de saber qué es “ser humano”.  Siendo niña, de apenas diez años, me despertaba sonámbula por la noche. Una vez,  salí a la calle a las tres de la mañana, sola y con frío. Cuando desperté en mi habitación supe qué había hecho, también porque me lo contaron. A raíz de ese sonambulismo, desde pequeña me preguntaba quién soy. ¿Cómo era posible que algo de mí no tuviera ningún control? Para un adulto tiene y tenía explicación, pero no la tenía para una niña de esa edad.  Ese sonambulismo me horrorizaba. Quizás entonces se gestó en mí este deseo de saber qué somos y esta percepción de que existen zonas oscuras que se nos escapan.

--¿Eso es lo que experimenta Max cuando siente que su cabeza va a explotar?

--Le sucede a este personaje y a cualquiera que sin conocimiento de sí mismo le quiten su zona de confort. La situación lo desestabiliza y es difícil que de ahí nazca una nueva personalidad, aun cuando creo  que si llegara a nacer esa otra personalidad lo que suceda será inabarcable.  

--¿A qué se debe la obsesión de los personajes por el espejo y la creación del taller Nudo de espejos?  
Ese título lo he puesto por el poema de André Breton, fundador y teórico del surrealismo.  En ese taller la propuesta es la de un viaje al interior del entramado dramático desde una concepción inconsciente. El espejo es en la obra un elemento que dentro de la búsqueda de la identidad forma parte del juego teatral. Es extraño. Cuando escribí la obra me miraba mucho en el espejo y no sabía quién era. De hecho, a veces me asustaba.

--¿De su mirada?
--Sí, por eso nos cuesta mirarnos. Y de esto va también Vagamundos; de mirar directamente a las personas y las cosas.

--¿La mirada no miente?
--Puede que no mienta,  pero tampoco lo sabemos… La mirada es la entrada al cerebro.

--Y la “entrada” al espejo es el inicio de un cuento…
--Creo que los niños tienen más contacto con ellos mismos que muchas personas adultas. Conectan rápidamente con la imaginación, recrean historias, juegan… Todo eso que en el adulto se va deshaciendo. No sucede con todos los personajes de Vagamundos, pero en Max hay algo de niño. Recurre a la memoria de sus hermanos que es como volver a la infancia. Así lo he sentido. No quiero dar explicaciones sobre la obra, pero ese recuerdo y su búsqueda - como dice Diana- asfixia todo cuanto le rodea.  El ve a sus hermanos en todas partes… Esta puesta  en el Celcit sintetiza la obra  y tiene clara referencia a lo que pretendo: descubrir visiones diferentes. Es muy interesante lo que han hecho Carlos Ianni y el elenco, porque invita a que cada uno haga su propio viaje y pueda salir de una forma lineal de pensamiento.

Vagamundos puede verse como un relato fantástico pero he trabajado en otras ramas, en teatro científico y político, sobre todo en temas vinculados a reformas sociales. A través de la investigación en neurociencia he escrito Hydra documentándome con el neurobiólogo español Rafael Yuste, que vive desde hace muchos años en Nueva York y es director del laboratorio de Neurotecnología de la Universidad de Columbia. En los últimos dos años he escrito textos experimentales. En este momento, la  dramaturgia está dispuesta a investigar cómo funciona científicamente la reflexión, la memoria y la creatividad.


Vagamundos, de Blanca Doménech
Dirección:  Carlos Ianni
Elenco: Enrique Cabaud, Teresita Galimany, Mario Mahler, Magalí Sánchez Allleno y Juan Olmos
Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo. Iluminación: Soledad Ianni.  Música: Osvaldo Aguilar Asistencia: Mariana Arrupe
Teatro Celcit, Moreno 431 CABA. Tel. 4342-1026
Funciones: domingos a las 19 hs.

miércoles, 3 de mayo de 2017

VIDAS QUE TEJEN HISTORIAS

Ana Padovani
La pasión y la actitud detectivesca de la narradora oral Ana Padovani, actriz, psicóloga, música y autora de textos sobre el saber narrativo,  convergen en  Horacio Quiroga, selva, ficción y tragedia, biorrelato de su creación que se ofrece en el Teatro  Celcit,  Moreno 431, el sábado  6 de mayo.  

¿Cómo llevar a escena la vida y obra de un autor inasible? Un sendero es el trazado por la narradora oral Ana Padovani  al recuperar cartas e incorporar relatos significativos del escritor y poeta uruguayo Horacio Quiroga (Horacio Silvestre Quiroga Forteza), quien mantuvo esclarecedora correspondencia con destacados intelectuales y artistas de su época. Materiales que conforman - como dice la narradora en esta entrevista- “un rompecabezas complicadísimo, porque, por un lado está la información y por otro, la intención de no perder de vista las motivaciones, las circunstancias de la vida personal  y los hechos sociales del país y del mundo”.   

Este autor de relatos con desenlace imprevisible nació en Salto (Uruguay), en 1878; peregrinó entre su país natal y la Argentina a partir de 1902 y falleció en Buenos Aires, en el Hospital de Clínicas, donde, enfermo de cáncer, se suicida con cianuro en 1937. La historia cuenta que tomó esa decisión en presencia de Vicente Batistessa, enfermo con deformidades, que había sido trasladado a la habitación de Quiroga a pedido el escritor, al enterarse que el hombre permanecía aislado en el subsuelo del edificio. 

Sus cuentos despiertan sensación de agonía cuando plantean situaciones inmersas en un entorno caótico. Sucede en Cuentos de amor de locura y de muerte (sic), de 1917; Anaconda y otros cuentos; y la colección Los desterrados. Ha escrito una pieza teatral, Las sacrificadas, de 1920; y relatos “novelados”, Los perseguidos, de 1905. También para niños, como los incluidos en Cuentos de la selva, de 1918, ideados para sus hijos. Fue  crítico de cine y colaborador en medios gráficos, entre otros, las revistas Atlántida y El Hogar; y el diario La Nación.

Fundador de la Agrupación Anaconda, que convocaba a intelectuales de Uruguay y Argentina, desarrolló intensa actividad en los dos países e intentó dar curso a nuevas formas de expresión.  Lo atrajo el modernismo del poeta nicaragüense Rubén Darío;  fraternizó y polemizó con intelectuales, entre éstos el poeta uruguayo Julio Herrera y Reissig, modernista de opiniones punzantes, no reconocido entonces en todo su valor artístico. 

Padovani  destaca en esta nota la amistad de Quiroga con el escritor e historiador Ezequiel Martínez Estrada y el poeta Leopoldo Lugones, a quien Quiroga dedica su libro de poemas Los arrecifes de coral, de 1901: “Lugones era una especie de padre para él –subraya-. Lo impresiona el escritor y poeta Edgar Allan Poe (su influencia es evidente en los relatos de El crimen del otro, de 1904), y figuras de la época, como la poeta Alfonsina Storni, el pintor  Benito Quinquela Martín y otros artistas e intelectuales que vivían plenamente ese tiempo y compartían sus aspiraciones”. 

--¿Aun con sus diferencias?
--Era otra época. En la Buenos Aires de las décadas de 1920 y 1930, los escritores, poetas y pintores acostumbraban reunirse en cafés que hoy son historia. Había líderes entre ellos, como Lugones  y el narrador y poeta Manuel  Gálvez que tenía una postura más tradicionalista y católica. Es importante que se tenga memoria de estos personajes para entender por dónde iban las aspiraciones culturales.  Soy de las que buscan rescatar. Mi padre era restaurador, y tal vez mi interés viene de ahí.  Mi propósito es “restaurar  presencias”, tanto en este biorrelato sobre Quiroga como en los otros biorrelatos del Ciclo que presenté en el Celcit (los dedicados a Roberto Arlt, Alfonsina Storni, Niní Marshall y Silvina y Victoria Ocampo. Impedir que estas presencias no se pierdan es un poco el  trabajo del narrador.  Tarea que enriquece, porque permite descubrir cruzamientos entre distintas vidas. Una anécdota que se cuenta es la relación de amistad entre Quiroga y Alfonsina Storni y la propuesta de Quiroga de irse con él a la selva. Alfonsina consulta entonces a Quinquela  Martín, también amigo de Quiroga. La respuesta del pintor fue tajante:  “Con ese loco, no”.     

--¿La psicología incide en su narración?
--En toda historia hay motivaciones. Influye en la búsqueda de causalidades e influencias. Una búsqueda donde una no puede hacer una lectura rápida ni psicoanalítica, pero sí conocer y entender cómo se imbrican hechos y circunstancias. Esto despierta mi interés sobre los líderes de las reuniones en espacios comunes o en los cafés, como el poeta (y médico rural) Baldomero Fernández Moreno y el escritor y periodista Alberto Gerchunoff que definían sus posturas ideológicas y culturales. 

--¿Mantuvo su profesión como psicóloga?
--Trabajé en lo que se llamaría prevención primaria en los bebés institucionalizados. Los bebés que están en una institución porque la mamá trabaja. Investigué sobre el vínculo entre el bebé, la madre y la sustituta; sobre el rol materno cuando es ejercido por dos personas y de qué manera influyen en el bebé las alianzas, los acuerdos y las competencias que esa situación genera. Tiempo después, quise saber qué había pasado con los jóvenes que atravesaron esa etapa triangular siendo bebés. Esa era mi tesis para el doctorado, pero mi vida había cambiado, y supe que mi deseo era narrar.  

--¿Qué le genera comunicar desde la escena?
--El escenario  es  “mi momento de vida”, mi lugar en el mundo.  El primer día que subí a un  escenario, sentí un olor que me recordó otro de la infancia. Mi padre era escenógrafo y siendo muy niña me llevaba a los ensayos. Yo compartía lo que sucedía desde atrás de la escena. Creo que por eso, cuando subí al escenario, sentí  esa familiaridad y me dije “esta es mi casa”.

--O sea que el “miedo escénico” no entra en su historia…
--Eso me sorprende. En el escenario no tengo inhibiciones y fuera de escena soy tímida, tanto que en una conferencia  no me atrevo a preguntar a quien está dando la charla.  En el escenario no siento esa exposición. Sé que tengo algo para hacer  y que me encuentro con mi propia voz. Otra experiencia muy fuerte en mí es instalarme en los personajes de Niní Marshall.

--Personajes centrales en otros espectáculos suyos…
--Y en encuentros…  Cuando me invitan a participar en un acto, o cuando necesito hallar salida a una situación que se plantea difícil, saco a relucir a Catita. Este personaje me ha salvado muchas veces. Recuerdo mi participación en un homenaje a María Elena Walsh. ¿Cómo expresarle agradecimiento? Y pensé en Catita. Quién sino ella se iba a animar a hablarle. Fabriqué una corona de laureles, de los que se usan en la cocina, y cuando llegó el momento,  asumí el personaje. Entonces fue Catita la que se acercó a María Elena, y dijo:  “Nada más que los laureles pa’ usté  que no le van a servir ni pa’  el tuco de los ravioles del domingo”. Y Catita le puso la corona. Recuerdo la emoción y la alegría de María Elena. Esto fue en una edición de La Feria del libro. Me dedicó un ejemplar.  Decía de mí “loca intérprete, gran artista…” Cuando yo pasaba la gorra al final de mis espectáculos  sabía que la única que podía hacerlo era la Catita de Marshall. Su discurso me fluye: sé qué diría ella ante cualquier situación. Le encuentro la voz, el tono…, y se  lo agradezco infinitamente a Niní, porque ella fue la creadora.

--¿Qué le provocan textos como El almohadón de plumas, de Quiroga?
--En ese relato que fue publicado por la revista Caras y Caretas (en 1905) hay una amenaza latente, y un pensamiento que puede estar en el imaginario de muchos. Quién no se preguntaría qué  contiene ese almohadón, además de plumas. Esas  plumas  han sido arrancadas a un animal que tuvo vida...  En ese relato descubrimos una fantasía universal.  En Quiroga hay varios datos significativos, y quiero agregar uno nada común en su época y en nuestro medio. Ese dato es su propósito de vivir de la literatura. No regalar el trabajo del escritor. Pudo viajar a París -una ciudad muy atractiva para los jóvenes de su tiempo-  porque recibió una herencia de su padrastro, que se suicidó. Estuvo unos meses y regresó frustrado. Fue un episodio juvenil que de todos modos lo marcó, como lo marcaron los hechos trágicos de su entorno familiar y de sus amigos: muertes accidentales, suicidios, enfermedades... Se sentía hombre de campo y eso lo llevó a Misiones y a la selva, que lo atraía, y más, después de compartir un viaje con Lugones. Era buen fotógrafo y se ocupó de tomar imágenes del viaje a las misiones jesuíticas no exploradas. Fue en 1903 y con dinero del Ministerio de Educación. Era hábil en muchos oficios, y padeció muchas tragedias. Terminó su vida en Buenos Aires. Lo habían desahuciado. Tomó cianuro. No soportaba más los dolores.


--Sin duda esta es la historia más cruda de los Biorrelatos…
--Una historia que me lleva a otros temas, a ocuparme del futuro.  Hace tiempo que siento el impulso de retomar textos para los chicos. Contarles a ellos, salir de la dura realidad y entrar en el mundo de la fantasía. Esto no significa  escapar del presente sino ir a la búsqueda de la imaginación creadora. Es lo que de algún modo se intenta con los chicos. Jugar y jugar… Invitarlos a jugar. Alentar esa extraordinaria capacidad.  Sigo en contacto con ellos a través de la coordinación del espacio Narración de Cuentos de la Feria del Libro, y del proyecto  Los chicos cuentan a los chicos, pero también quisiera presentar un espectáculo.   

--¿Logra entusiasmar a los maestros?
--Ese es mi deseo.  He organizado cursos gratuitos de capacitación, y algunos están trabajando. Mi intención es que se entusiasmen con las historias, las cuenten a los chicos y éstos puedan contarlas a otros sin sentirse obligados.  Es importante que los chicos aprendan a expresar aquello que imaginan a partir de las narraciones, y es hermoso ver las caritas que ponen cuando son ellos los que cuentan.  


Horacio Quiroga, selva, ficción y tragedia
Idea, texto e interpretación: Ana Padovani
Teatro Celcit, Moreno 431 CABA Tel.  4342-1026
Función: sábado 6 de mayo a las 21.
correo@celcit.org.ar

www.celcit.org.ar