Retrato cotidiano que desafía al tiempo, El patio de atrás, del dramaturgo,
director y novelista Carlos Gorostiza, se presenta en el teatro Andamio 90, en
una puesta de Natacha Delgado, actriz y profesora dispuesta a desentrañar las
posibles relaciones entre la obra y su contexto social.
¿Qué impide a los personajes de El patio de atrás ser artífices de la
propia vida? Cuatro hermanos, maduros y sin amores, abroquelados en los fondos
de la vivienda familiar, alquilada en parte a unos videoclubistas, ven pasar
los días sin atreverse a ser lo que tal vez quisieran. Esta obra del
dramaturgo, director y novelista Carlos Gorostiza tiene una antecedente
admirable. Su autor la dirigió y estrenó en 1994, en la Sala Cátulo Castillo,
con imborrables actuaciones de Cipe Lincovsky, Carlos Carella, Leonor Manso y
Patricio Contreras. El texto, síntesis
de melancolía y humor, despierta hoy nuevas lecturas en la actriz y directora
Natacha Delgado, incluidas en la puesta
que viene ofreciendo en Andamio 90. Esta vez conforman el destacable elenco
Rosana López, Ana Pasulevicius, Gustavo Reverdito y Miguel Villar.
Delgado, egresada en Arte (UBA), se
inició siendo niña en Andamio, sala fundada por Alejandra Boero, actriz,
directora y maestra que hizo posible, junto a su hijo Alejandro Samek, la
creación del Instituto de Educación Superior en Teatro que funciona contiguo a
la sala (Paraná 660/662). El batallador temperamento de Boero fue para Delgado
decisivo en su profesión. Participó en experiencias entonces inimaginables en
el circuito independiente de la época, como el proyecto intergeneracional “Los que vienen”, con obras de autores de
alto voltaje. Integró, entre otros, los elencos
de Nekrasov, de Jean-Paul
Sartre (en 1994); 1789, de Ariane Monouchkine, en una entusiasta versión que autorizó
la creadora francesa; y en la primera y segunda parte de Ángeles en América, del neoyorquino Tony Kushner (sobre el sida, los
superpoderes y la corrupción), espectáculo que se completó con Perestroika. “Yo era el ángel que descendía”, recuerda
Delgado en esta nota. “Aquella fue una experiencia maravillosa -destaca-, compartida con actores y actrices
de trayectoria y alumnos graduados. Estos trabajos se realizaron en conjunto
entre Boero y el director Julio Baccaro, y el aporte de Tito Egurza (en
escenografía e iluminación), Daniela Taiana (vestuario) y otros grandes
colaboradores. Y todo a pulmón”.
--Entonces el teatro no se llevaba bien con
el conformismo social de los ’90…
--Esa es la parte triste, tampoco había, como
hoy, tantas salas disponibles. Pero la gente del teatro independiente se reunía
y luchaba por un espacio. Se creó el MATe
(Movimiento de Apoyo al Teatro),
la Ley Nacional de Teatro (en 1997), el Instituto Nacional del Teatro…
Los ciclos en los que intervenían los recién ingresados eran importantes,
porque en esos años éramos nadie si no salíamos en televisión. La influencia de
los medios aparece en el personaje que hojea el diario como si no lo leyera, o
en Clemen, ansiosa por leer revistas de actualidad, como si las banalidades que
allí se publican fueran parte de su realidad. Toma como verdades lo que son
interpretaciones interesadas de la realidad.
--Ese era un señalamiento de Boero, cuando
afirmaba que cada cual debe ser dueño de su pensamiento para así reconocer la
cara del enemigo.
--Y aprender,
además, el lenguaje del enemigo.
--Se ha dicho que El patio…refleja un estado de inmovilidad. ¿Es así?
--La actriz Rosana López (La Nena, en esta
puesta) fue quien me acercó la obra. Recordaba el impacto que le produjo el
estreno del ’94. Ella y el elenco me
ofrecieron dirigirlos. He hecho muestras completas, y obras, como Lisístrata, o la rebelión de las mujeres,
que ahora coordino y dirige Roberto Monzo.
Acepté, aunque al inicio del proyecto tenía dudas. El patio… nos habla de los vínculos, de la inmovilidad, y, en mi
opinión, de un contexto político, el de los ’90, y todo lo que dejó: el individualismo, la “no
política”… Estas y otras cuestiones reflejan ese estado social. También yo,
cuando acabó la presidencia de Raúl Alfonsín (1983-1989) me sentí perdida.
Desconfiaba de todo. Fue un momento crítico en mi profesión.
--¿Y ahora qué?
--Ante la lectura de un texto o del material
que me ofrecen, me pregunto qué quiero contar.
Los actores elegidos daban justo para los personajes, y entonces me
decidí y pedí colaboración a Héctor
Calmet, que diseñó la escenografía y la iluminación. Ya teníamos el permiso para el proyecto, que es en
cooperativa, y junto con Calmet, fui invitada a tomar el té en la casa de
Gorostiza. Todo muy importante y grato para mí. Gorostiza me preguntó qué
quería hacer con la obra, cuál era mi interpretación del texto y cuál mi idea
de puesta. Ese encuentro fue anterior a las elecciones. Se vivía otro clima,
diferente al de hoy.
--¿Sigue vigente el interés por el entorno
social?
--Para mí es paralelo al análisis de los
vínculos de los personajes y de la historia familiar. Esto que sucede en El patio… puede darse en cualquier momento, y en
cualquier tiempo y espacio. Ellos son cuatro hijos estériles, anclados en la
espera de Tomasito, el hermano menor que
desapareció sin dejar rastro. Mientras tanto, no hacen nada con sus
vidas, tanto en un sentido amoroso como profesional. Tienen la pulsión y el deseo detenidos. Uno
de ellos, Máximo, siempre en su silla de ruedas, parece haber quedado
paralítico por una cuestión psíquica y no física, y el otro hermano se
obsesiona con unas fotos y ocupa su tiempo en crear un invento que le dé
dinero.
--En la puesta del ’94, esa obsesión estaba
dirigida a los vaivenes bursátiles…
--Ese cambio fue consensuado con Gorostiza. El
personaje de La Nena teje sin parar largas bufandas y Clemen se entusiasma leyendo revistas de
famosos y armando un collage con las
fotos publicadas. Relaciono estos comportamientos con una sociedad de gente
aislada, detenida en un lugar psíquico. Pensé en las fotografías, en sus
colores sepia, en una escenografía otoñal, donde las hojas caen y las ramas
quedan desnudas.
--¿Ese es el final de los personajes?
--Es el tono que
quise dar a sus acciones, a lo absurdo de sus comportamientos y a sus
caracterizaciones cercanas al expresionismo. Por eso el maquillaje recargado,
las paredes en diferente perspectiva…
--¿Por qué la negativa a intentar una salida?
--Negando se protegen. Casi no se mueven de
sus lugarcitos, y arman un sistema al que no puede ingresar ningún otro, porque
eso sería desarmar esa forma de convivencia. En esa casa no funciona el reloj
ni la radio. Y hasta el pajarito que oían cantar dejó de hacerlo porque
olvidaron darle de comer. Afuera de ese patio parece estar la libertad. La
torre con su campanario, la música tecno del video club, los sonidos que en
esta puesta fueron incorporados por
Marco Bailo. En ese ámbito, estos hermanos acaban siendo la negación de la
negación.
--¿Niegan incluso la fugacidad del presente?
--En ellos el tiempo está marcado por unas
campanadas, y es infinito, porque permanecerán en esa casa sin reconocer que se
les está yendo la vida. Esa es una de mis lecturas. Por eso la obsesión por las
fotos que condensan pasado, presente y futuro. El pasado por los recuerdos, el
presente por lo que están viviendo y el futuro por la espera de Tomasito, que desapareció.
--¿Qué indica el sonido de un helicóptero en
vuelo?
--Ese es otro motivo de discusión entre los
hermanos. Unos dicen que es un avión y otros un helicóptero. Lo que sucedió a
nivel político en 2001 nos dejó pensando. Podríamos preguntarnos quién se va o
a quiénes llevan…
--Un ruido que estremecía en una escena
de A
propósito de la duda, primera obra
testimonial de los ciclos de Teatro por la Identidad…
--Claramente. Por eso, La Nena dice que no importa si es el ruido de
un avión o de un helicóptero. Importa
que allí adentro haya personas, y
por ahí, acá abajo, entre nosotros, otras personas están esperando que
regresen.
Teatro
Andamio 90
Paraná
660 CABA