Foto: Lucas Suryano |
Un claro sentido de lo artesanal modela esta puesta del director Oscar Barney Finn, profundo conocedor de la obra y la vida del dramaturgo estadounidense Tennessee Williams (1911-1983). De ahí el intento por llegar a la esencia de Dulce pájaro de juventud (1959), su reciente estreno en el Centro Cultural 25 de Mayo (Av. Triunvirato 4444 CABA). Ambientada en St. Cloud, ciudad sureña de Mississippi, retrata a dos seres en crisis, Alexandra del Lago (Princesa), actriz exitosa en otro tiempo, se muestra dominada por la frustración y el temor a envejecer. Su consuelo es la droga. Otro es el joven Chance Wayne, compañero ocasional, cuya pretensión es que la mujer pague sus gastos y lo introduzca en el mundo del espectáculo. Atrapados en un microclima que los aísla y daña, intercambian realidades secretas y jirones de vida, hundidos, como están, en un lastimoso presente. Secretos que en esta realización de Barney Finn acaban en silencios o son desarmados por repentinos cambios de escena, o acallados por los enlaces musicales.
Refugio y trampa, St Cloud es la ciudad de la que años atrás huyó Chance por haber cortejado a una entonces adolescente a la que contagió una enfermedad venérea. Esa es la ciudad elegida, donde cada uno a su manera hará catarsis al descubrir aspectos del ser que son o quieren ser. No son ángeles ni demonios sino seres que buscan apoyo. Y es justamente en esos episodios cuando la escena adquiere el carácter de un teatro de cámara. Algo casi imposible para las dimensiones del amplio escenario del Centro Cultural. Lo interesante es que esa opción permite a Beatriz Spelzini (Alexandra del Lago) desplegar su valiosa interpretación. Su actuación crea clima a través de pequeños giros del lenguaje y el gesto. A su vez, Sergio Surraco, en el papel de Chance, devela con soltura la aspereza de su personaje tal como es y ha sido.
Claro que no es sólo el paso del tiempo visto aquí como decadencia lo que descoloca a una y otro. Perdura en ellos el sentimiento de soledad que en la situación que atraviesan es sinónimo de abismo, de ausencia de sentido. Inmersos en una sociedad donde el atropello funciona, trampean incluso en los intentos por acercarse. Restan importancia a la autenticidad de los sentimientos, y sus conflictos devienen en autocompasión o tragedia.
Estrenada originalmente en una década de apertura del lenguaje escénico estadounidense, Dulce pájaro... tuvo en años siguientes varias versiones en teatro y traslaciones al cine y la televisión. La puesta de Barney Finn, también a cargo de la versión, necesita un escenario despojado de elementos para que el espectador aprecie un texto que refleja la dificultad de reconocerse, sobre todo en los pasajes que dan cuenta del patetismo de los diálogos entre Alexandra y Chance y el desamparo en el que se hallan. Con traducción de la poeta y crítica literaria Cristina Piña, la obra ubica la trama en un lugar y un tiempo acotados. Esto implica no escapar del contexto social, evidente en las intervenciones del “Jefe” Finley, interpretado por el destacado Carlos Kaspar. Finley es el político ambicioso y racista cuya elocuencia, emparentada con la mentira y la amenaza, hace estragos en una sociedad que entonces mostraba hostilidad racial, aun cuando en 1955 el fortalecimiento del movimiento por los derechos civiles detenía el avance de la segregación. Este personaje es además el implacable y brutal padre de la joven seducida. Una Heavenly aún vulnerable, actuada con delicado equilibrio por Malena Figó.
Dulce pájaro de juventud
de Tennessee Williams
Traducción: Cristina Piña
Versión: Oscar Barney Finn
Elenco: Beatriz Spelzini, Sergio Surraco, Carlos Kaspar, Malena Figó, Victorio D'Alessandro, Pablo Mariuzzi, Maby Salerno, Pablo Flores Maini, Gastón Ares, Sebastián Dartayete.
Pianista: Pablo Viotti
Música original: Axel Kryeger
Letra canción original: Gonzalo Demaría
Diseño de escenografía: Daniel Feijoo
Diseño de vestuario: Mini Zuccheri
Diseño de iluminación: Claudio Del Bianco
Dirección y puesta en escena: Oscar Barney Finn
Lugar: Centro Cultural 25 de Mayo, Av. Triunvirato 4444. CABA
Funciones: Jueves a domingo a las 20.30
Tel. 11 4524-7997
cc25comunicacion@gmail.com
Breves de Tennessee
El acoso de la soledad y el estado de
frustración que manifiestan los personajes de Tennessee no sólo están presentes
en sus obras mayores. Estos son materia destacable también en sus piezas
breves. Entre otros ejemplos, atraviesan a
Alt Liberty (1942) y Cried The Phoenix (1951), creaciones
que en 2004 llevó a escena el director y maestro Agustín Alezzo junto al Grupo
Fénix, en El ombligo de la Luna (Anchorena 364). En aquella puesta, los títulos
eran Libre y Ardo en llamas, gritó el Fénix. Textos que sacuden
emociones olvidadas. En Libre, una madre implacable en la relación con
su hija parece ser más receptiva a los entredichos de vecinos que a la
enfermedad y a las esperanzas que aún alienta la hija. Ésta es quien sintetiza
en una frase su padecimiento: “Tus ojos son como un metro midiéndome para la
tumba”. Retrata así a su madre, sin abandonar el anhelo de actuar el personaje
que le permita acceder al reconocimiento. No le sobra vida en el mediocre y
húmedo pueblo de Mississippi que parece apurar su muerte. Pero ella no cede,
pues entiende que el mayor daño que
podría inferirse es no aferrarse a lo que cree es su verdadera vocación.
En Cried The Phoenix, Tennessee
recuerda al poeta, novelista y pintor inglés David Herbert Lawrence
(1885-1930). La acción transcurre en Vence, ciudad de la Provenza francesa,
donde este escritor, controvertido en su época por abordar con libertad temas
sexuales, murió enfermo de tuberculosis. Tennessee rearma y ofrece un
imaginario en el que Lawrence se muestra irónico al referirse a su convivencia
matrimonial, y protagoniza, en tanto personaje, escenas de indefensión y otras
provocadoras. Estrategia que tal vez le ayude a espantar los miedos ante la
proximidad de la muerte. Situaciones límite que en la recordada puesta de
Alezzo revelaban sabiduría para captar abismos emocionales.
“Sólo los pequeños de la tierra que se
escurren colina abajo como piedritas desprendidas por la lluvia son capaces de
una credulidad tan monumental”, decía aquel Lawrence, apuntando a los
“fanáticos” que buscan y se apropian de “dioses domésticos”, y acaso encuentren
a su dios. ¿Pero qué le dan ellos?. “Si encuentro al mío, me arrancaré el
corazón del cuerpo y lo quemaré ante él”, desafiaba entonces este mismo
Lawrence. Esa era su rebeldía encadenada a un deseo. El de ser también él un
Fénix después de arder, y retornar y hallar lo que se ha querido como en los
bellos sueños.
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