domingo, 20 de noviembre de 2016

SENDEROS PARA UN IDEARIO

Perdurar aún en lo inestable es el desafío que alienta al autor y director Omar Pacheco y su Grupo Teatro Libre al recrear "La Cuna Vacía" (sobre la ausencia forzada y la eliminación de las personas) y anticipar nuevas creaciones,  Dashua, de próximo estreno, y La última vida, obra en preparación. 


¿Qué significa Dashua? “Un fonema. Habíamos pensado en ‘ceniza’,  porque en la historia de esta obra, alguien tiene relación con la muerte y se conecta con lo oculto del personaje. Pero Dashua es música relacionada con lo textual”.  El actor, dramaturgo y director Omar Pacheco se refiere así  al título de este espectáculo que ensaya en su teatro y centro de investigación La Otra Orilla, donde realiza acotadas presentaciones de esta obra, junto a su Grupo Teatro Libre (GTL). En paralelo, elabora otra en curso, La última vida, que ya ha interesado a productoras extranjeras. Fiel a un método que pone el acento en la percepción, la  alegoría y la energía corporal de los actores, Pacheco sugiere “escuchar al cuerpo” y no desechar los “impulsos genuinos”.  El dominio de la luz es una de sus características. De ahí que en sus puestas, los actores “circulan sobre la luz” en escenas que semejan pinturas en claroscuro. Impresión de volumen e irrealidad que no es nueva en este director que debió emigrar en los años ’70. Época en la que desarrolló investigaciones en Brasil, junto al director y dramaturgo brasileño Augusto Boal; y en Estados Unidos integró el Grupo Exilio Hoy y dictó cátedra de teatro en la Universidad de Yale.  Invitado a festivales internacionales de teatro experimental, condujo seminarios en el extranjero. Recibió distinciones y estrenó numerosas obras, entre éstas, Juan y los otros (1984) y Obsesiones; Sueños y Ceremonias (1989); la trilogía Memoria (1992); Cinco Puertas (1997) y Cautiverio (2001); Del Otro Lado del Mar  (Premio Trinidad Guevara 2005) y La Cuna Vacía (2006). A esto ha sumado más obras en distinto formato, y participado en espectáculos ofrecidos dentro del  circuito comercial, como Tanguera (2002); Nativo (2005) y Caravan (2009).

Hasta hoy, cuando Dashua no es “ceniza”, como asoció en un primer momento, Pacheco y su Grupo tienen acordadas presentaciones en Zaragoza (España) y continúan ofreciendo La Cuna Vacía, con la que el GTL ha recorrido ciudades argentinas y otras americanas y europeas. Los objetos y la música son otros elementos esenciales en las obras de Pacheco, quien  ha sintetizado parte de su trayectoria y experiencia con su teatro “inestable” (al que diferencia del “tradicional”) en su libro Cuando se detiene la palabra, editado por Colihue.

--¿Cómo relaciona la “música” de la palabra con la acción del cuerpo?

-- Cuando el cuerpo no se mueve de una manera cotidiana, vulgar, es porque le pasa algo. Desde la técnica, su diseño es el de una crisis. Entonces se inventa un metalenguaje, un fonema (definido como imagen mental de un sonido).  Ese fonema es música para ese cuerpo. Si la construcción de signos es clara, y también lo es la situación,  el texto no es determinante.  Si el  diseño de luces y los otros elementos de la puesta en escena conforman un conjunto armónico, introducir algo cotidiano haría ruido. Hace años que trabajo con fonemas, y es difícil que la gente no entienda qué está sucediendo, porque comprender proviene de la percepción sensorial.   

--En teatro se ha experimentado mezclando distintas lenguas. ¿Lo intentó?

--Algunas personas me preguntan qué idioma utilizo o de dónde proviene, si latín, ruso, hebreo… Mis fonemas no tienen vinculación con ningún idioma.  

--Sucede que algunos idiomas guardan ese equilibrio entre texto e imágenes, y tienen la “música” de lo que se muestra en escena. Por ejemplo, las puestas que el autor y director polaco Tadeusz Kantor trajo a Buenos Aires junto a su Teatro Cricot 2: ¡Qué revienten los artistas!,   Wielopole, Wielopole.  

--He visto esos espectáculos… Se entendía todo… La experiencia me ha mostrado que el espectador se acostumbra a que el andar del actor o de la actriz sea distinto al cotidiano y tenga “sentido musical”, que es diferente ante un conflicto o un acercamiento.

--¿Cómo reaccionan quienes asisten a sus clases y seminarios?

--Les pregunto qué les parece y dan muestras de entender.

--Es probable que no todos interpreten lo que ven de la misma manera…

--Pero son detalles. Relaciono ese entendimiento con la transferencia, porque lo primero que conecta a la gente son los sentimientos, las emociones. Es un estado de comunicación distinto al teatro que pone en primer lugar la información que proviene de la palabra, donde el actor “cuenta” los sentimientos.

--Ocurre que ese lazo emocional se produce a veces en el teatro “tradicional”…

--Y también a veces profana una puesta en escena. Con esto no quiero decir que descarto el buen trabajo del actor en una puesta convencional, pero debe hablar muy bien, entender que el mejor sonido es el silencio y construir con la música del texto,  que debe ser abierto y tener contenido.   

--¿Cuál es la base de su tenacidad?  

--El trabajo diario con gente que tiene una mística, un compromiso con la propia vida y quiere ser mejor persona.  Esto que no es fácil de hallar me da fuerzas y me mantiene anímicamente.   

--¿Por eso habla de grupo y no de elenco?

--Sí, en un elenco es diferente. Un grupo necesita por lo menos diez años de trabajo en común.  Y nosotros lo tenemos. Esto nos permite profundizar en la investigación y crear en libertad. Cuando la gente sale de nuestro  teatro veo que le pasa aquello que soñé que le pasara. En nuestros espectáculos no se aplaude, pero nos esperan a la salida. Aunque la gente no sepa exactamente qué decir, se acerca emocionada. Abraza… Fuera de esto que experimentamos, lamento que en el ámbito teatral, y también en el independiente, se hayan perdido las discusiones.  

--¿Se refiere a discusiones sobre estética y métodos de trabajo?

--Que los había en los años ‘70 y ’80. Los grupos se reunían para elaborar proyectos. Después esos grupos se fueron desarmando. Desde hace tiempo, todos  quieren ser directores,  les parece que tienen algo para decir. Repiten métodos conocidos y el resultado es que eso que hacen lo puede hacer cualquier otro.  

--Era otra época, radicalizada en varios aspectos…

--Sí, y lo que nos pasó fue tremendo. Yo militaba grosso. Tengo dos o tres identidades…. En 24 horas me fui con mi familia a Estados Unidos.

--¿El hecho de no discutir métodos margina a los grupos?

--En nosotros es una lucha diaria, y si podemos seguir es por la adhesión de los que se entregan absolutamente a su trabajo. Pero esto no es tan fácil de encontrar. El ser humano está mal, y suele buscar una  justificación para equivocarse.

--¿Quiere decir justificar errores propios?

--Es que nos cuesta salir de un sistema social y político donde el menú es el poder y el dinero que, por supuesto, seducen mucho. Cuando se trabaja con valores profundos, desde la percepción y la intuición, la persona no sólo es sensible sino también muy vulnerable. Un artista, por ejemplo, no es un ser intelectualmente especulador;  es alguien que necesita volcar lo que tiene y siente de alguna manera. Con el Grupo Teatro Libre encontré un método que -se sabe-  es muy riguroso, pero hace treinta y cuatro años que investigo y profundizo sobre esta manera de trabajar, y eso me ha llevado a una oposición con alguna gente. La última vida  requiere mayor participación de actores, mayor producción…, pero sé que la voy a estrenar. Ése es otro desafío.

--¿Allí también tendrá colaboradores?

--Son muchos y valiosos los que me vienen acompañando.  Colacho Brizuela, Liliana Herrero, Liliana Daunes,  Rodolfo Mederos, Gerardo Gardelín y tantos otros con los que trabajo y he trabajado, como Lito Vitale. Todos ellos son personas y artistas entrañables. Ahora mismo, los actores y técnicos están preparando la sala para la noche. A mí me alumbra esta entrega.

--Que es casi la de un ritual…

--Claro. Y todo tiene que ver con el delirio que uno tiene en la cabeza, que no es locura. Esto que estamos construyendo va a seguir funcionando cuando yo muera, porque el trabajo de todos es espectacular.  

--Perdurar es una ambición de muchos… ¿Está convencido de que lo cumplirá?

--Sí, porque estoy dejando gente muy sólida,  que además forma parte de una estructura, porque estamos comprando el  teatro. Hay un proyecto para el Grupo, y mi deber es dejar a todos con la mejor formación y que no les pase lo que a mí, que no tengan que luchar tanto. Tienen talento, una estructura que los va a contener, y eso es bueno, porque tiene que ver con un ideario de vida y una ideología, pero no la de un partido político.

--¿Por qué no un partido político?

--Ahora no podría estar en ninguno, pero eso no quiere decir que no apoye ni haya olvidado las reivindicaciones en beneficio de la gente. En este sistema hay gente que gana una barbaridad y otra que vive en la pobreza. Es un sistema creado para los que se eternizan en el poder. ¿Dónde voy a militar, si no creo?

--¿Sería traicionarse?

--Y mucho. Yo soy esto que digo. Hago lo que me apasiona y los chicos y no tan chicos del Grupo me creen.
  
En cartelera

La Cuna Vacía: Idea, dirección y luces de Omar Pacheco
Con Valentín Mederos Agustina Miguel, Emilia Romero, Hernán Alegre, Ivana Noel Clará, Kaio De Almeida, María Centurión, Samanta Iozzo y Zulma Serrano.
Música original del pianista Gerardo Gardelín y el bandoneonista Rodolfo Mederos
Arreglos musicales: Colacho Brizuela
Participación: Liliana Herrero
Voz en off: Liliana Daunes
Diseño de títeres: Esteban Fernández
Sonido: Víctor Flores
Operación de luces: María Silvia Facal
Fotografía: Antonio Fernández
En el Teatro La Otra Orilla, Gral. Urquiza 124 (CABA), los viernes a las 22 y sábados a las 21, hasta el sábado 17 de diciembre. Tel. 4957-5083 http://www.teatroinestable.com