El premiado dramaturgo, novelista y director teatral
Carlos Gorostiza ofrece en su último libro otra visión del mítico Narciso. Lejos de las especulaciones de mitólogos
y psicoanalistas, su texto atrapa al internarse y crecer en ámbitos más
cercanos a un juego de realidades e invenciones.
La prosa transparente de Carlos Gorostiza
se descubre como “totalidad dinámica” en De
Narciso a las selfies tendiendo
lazos con determinados acontecimientos
de la historia universal, la cultura y la ciencia. El autor sugiere
preguntas y transmite amplitud de pensamiento, incluidas sus “divagaciones”
(así las califica), comparables en otro plano al travieso gesto con que solía
rematar alguna frase en las entrevistas. Gesto que ilustra con arte el
dibujante uruguayo Hermenegildo Sábat en la tapa de esta primera edición de
Eudeba.
Ante el supuesto de que el ser humano
necesita saber qué hay de oculto en la propia imagen, Gorostiza parte del
mítico Narciso, lo acerca a este tiempo e idea un paralelo con las selfies, que no es una captura final en
el relato sino un punto de vista. Juega con un tiempo que -escribe-
“se divierte con nosotros” sin que en esta aventura literaria pierda
terreno. La curiosidad no decae, en
parte porque las preguntas en torno de cómo nos vemos o cómo nos ven, qué
sentimos o qué hacemos con nuestra vida inquietan y seducen.
“La vida es un viaje”, y porque así lo expresó
en otras ocasiones, no extraña esa insistencia en este libro, publicado tras su
fallecimiento (el 19 de julio de 2016), ni extraña el deseo de transmitir aquello que lo ha
marcado sin arrogarse originalidad, agradecido quizás a la figura del mito que
puso en movimiento su relato, y que ha inspirado a las artes y ofrecido
material a psicólogos y moralistas.
Sucede que la avidez por lo secreto, por la imagen que se oculta no ha
cesado. Tal vez por eso la ficcional
secuencia de quien enamorado de sí advierte que su rostro reflejado en el estanque aparece deformado por el movimiento
del agua sea para Gorostiza una señal: Ese “fracaso de Narciso se convirtió en
el primer conocimiento revelado acerca de la impotencia que sufre el ser humano
en su necesidad de conocerse a sí mismo”.
Creador de numerosas piezas de teatro,
alrededor de cuarenta y cinco, varias de éstas de proyección internacional,
director, y en su primera época titiritero y actor, Gorostiza recibió homenajes
y premios en la Argentina y otros países americanos y europeos, y publicó
relatos testimoniales y novelas como Los
cuartos oscuros (1976), Cuerpos
presentes (1981), El basural
(1988), Vuelan las palomas (premio
Planeta 1999), La buena gente (2002),
La tierra inquieta (2008); un libro
de memorias, El merodeador enmascarado (2004);
y otro de rescate, De guerras y de amores (2012), poemas y
textos escritos entre 1939 y 1944; y este último De Narciso…, fechado en 2016, en su Postdata.
La búsqueda de lo esencial se percibe en
sus obras, diálogos y entrevistas.
“Intentar verse uno mismo en el mundo, preguntarse para qué está uno… Pienso que ese deseo se intensifica con el
paso del tiempo, con la cercanía de la muerte, porque uno ha vivido mucho y
sigue sin saber quién es y adónde va”, decía tras la publicación de La tierra inquieta.
Califica de “divagaciones” a sus palabras
sobre el hombre primitivo y nos remite a experiencias propias al observar las
pinturas paleolíticas que se conservan en la cueva de Altamira (Cantabria.
España) y la necrópolis neolítica en la
isla de Malta. No se desentiende de quienes en todas las épocas “claman” por
una mejor existencia y se organizan en ritos colectivos. ¿Deseo de trascendencia, de protección o
búsqueda de “una imagen verdadera”?
En ese camino -que es también el del
relato- se producen desvíos que no
cortan lazos sino que sugieren nuevas relaciones. Los hitos de este recorrido
quedan estampados en capítulos que suman descubrimientos e invenciones,
creaciones literarias, y apuntes sobre autores y libros.
Menciona a Lewis Carroll y Alicia en el país de las maravillas o
“la necesidad que tiene el ser humano de vivir en un mundo de sueños que la
realidad diaria le escamotea”; al
británico Bertrand Russell, filósofo, matemático…, y a otros seres que hicieron
posible un mayor conocimiento de la naturaleza, la ciencia y la literatura. Se
detiene en capítulos: La cámara oscura, La palabra escrita, El daguerrotipo, La
fotografía…, donde sus observaciones recuerdan al lector aspectos de su libro La tierra inquieta, cuyo protagonista,
fotógrafo, necesita testimoniar con su cámara las crueldades de una tierra en
conflicto y dejar de ser un simple testigo.
Avanzando “a saltos por la historia” y lejos de la creencia de que el espejo y la
fotografía restan energía al que se observa o plasma su imagen, trae a su
relato la memoria de fotos testimoniales: una imagen del Che Guevara, tomada
por el cubano Alberto Korda (titulada Guerrillero Heroico); otra captada por Robert Capa, “la muerte
viva” de un miliciano republicano, durante la Guerra Civil Española; la imagen
de la niña quemada con napalm, huyendo de su aldea vietnamita bombardeada (la
niña es Kim Phuc, y el fotógrafo Huynh Cong “Nick” Ut); y la divulgada (y
cuestionada) del niño sirio hallado
ahogado en la costa occidental de Turquía.
En el apartado La ley se suceden las
referencias a Moisés, Aristóteles,
Hammurabi (de Babilonia) y su código; en El universo, a Copérnico,
Galileo, Kepler …, y en otros capítulos destaca a más autores y libros que lo
marcaron: el húngaro Arthur Koestler y
su libro Los sonámbulos (1959); el
bilbaíno Miguel de Unamuno y su ensayo Del sentimiento trágico de la vida;
el físico alemán Albert Einstein y Mis
creencias (compendio de artículos, discursos, conferencias …); y Miguel de Cervantes con El Quijote, donde la figura de Sancho
Panza y el habla popular resultan ser un cable a tierra ante los desbordes de
Alonso Quijano, el célebre Don Quijote.
El intento sigue siendo descubrir “la propia verdadera imagen”, de ahí que todo lo creado es valioso en este recorrido que rescata en un tramo final -casi una escena teatral- al poeta y novelista checo Rainer Maria Rilke, y Gorostiza confiesa su pasión por el teatro, al que dedicó tanto. “El teatro es astuto… nos hace creer que vivimos sólo una verdad artística… y muchas veces nos hace vivir un cambio, acercándonos a la verdad”, escribe. ¿Será la verdad, entendida como un camino para ser libre, la que descifre la propia verdadera imagen y reconozca al huidizo e intangible Narciso bromeando entre las selfies?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario