Luis Longhi, músico, actor y autor |
“En mis obras retomo hechos pasados sin
dejar el presente, el ahora. Me interesa escribir desde mi tiempo y hacia
adelante. Tomar, como lo hice, la figura del almirante Isaac Francisco Rojas en
paralelo a la de Fanny Navarro, actriz, amiga de Evita y compañera de Juan
Duarte. Escribir sobre Gardel, recrear la figura de Perón y ahora la de Enrique
Santos Discépolo (1901-1951). Revisionar desde el aquí aquellos momentos para
entender por qué pasó lo que pasó.”
Luis Longhi, bandoneonista, actor y autor de textos teatrales y letras de tango, traza así su perfil para referirse a su obra Enrique, a estrenar el próximo 8 de abril, dirigida por el dramaturgo, actor y docente Rubén Pires, en el teatro La Comedia, de Rodríguez Peña 1062 CABA. Longhi, creador junto al pianista Federico Mizrahi del grupo Demoliendo Tangos y del programa de TV Sarpando Tangos, con Guillermo Fernández, acerca su mirada -en lo que quiere ser una “comedia grotesco musical”- sobre la vida y obra de Enrique Santos, autor de piezas teatrales y en colaboración (El organito, de 1920, junto a su hermano Armando Discépolo); guionista, director, actor en teatro y cine (su antológica composición en El hincha), y letrista y compositor de tangos admirables. Basta recordar Tormenta (1939), Cambalache (1934), Yira yira (1930), y Desencanto, grabada en 1937 por su orquesta con la voz de Tania, y otras creaciones, algunas mencionadas por Longhi en esta entrevista.
Luis Longhi, bandoneonista, actor y autor de textos teatrales y letras de tango, traza así su perfil para referirse a su obra Enrique, a estrenar el próximo 8 de abril, dirigida por el dramaturgo, actor y docente Rubén Pires, en el teatro La Comedia, de Rodríguez Peña 1062 CABA. Longhi, creador junto al pianista Federico Mizrahi del grupo Demoliendo Tangos y del programa de TV Sarpando Tangos, con Guillermo Fernández, acerca su mirada -en lo que quiere ser una “comedia grotesco musical”- sobre la vida y obra de Enrique Santos, autor de piezas teatrales y en colaboración (El organito, de 1920, junto a su hermano Armando Discépolo); guionista, director, actor en teatro y cine (su antológica composición en El hincha), y letrista y compositor de tangos admirables. Basta recordar Tormenta (1939), Cambalache (1934), Yira yira (1930), y Desencanto, grabada en 1937 por su orquesta con la voz de Tania, y otras creaciones, algunas mencionadas por Longhi en esta entrevista.
En la obra, el despegue es un final que
tiene fecha: 23 de diciembre de 1951, “preámbulo de su última función”. Un imán
para quien quiera sumergirse en esos instantes en los que se cree que el código
secreto de la imaginación despierta y acelera. De ahí la búsqueda de Longhi:
“Necesitaba que Enrique tuviera en esos momentos una noción final de su vida, y
pensé en ese mito del desfile de los fantasmas propios, y en un interlocutor.
¿Y lo encontró?
Tuve presente a Tania, su mujer, y los
conflictos que tuvo con ella. También a la mujer mejicana con la que tuvo un
hijo que no reconoció, y a su hermano Armando, quien, a la muerte de Enrique, hacía catorce años
que no le hablaba. Hay un libro emblemático referido a esa enemistad del que
tomo algunos rasgos. El libro es Fratelanza, de Jorge Dimov y Norberto
Galasso. Contiene especulaciones con fundamento psicológico, discutibles pero.interesantes.
Pensé también en un interlocutor político, por su adhesión a Perón.
Adhesión que le creó enemigos...
Y lo debilitó, más allá de sus penurias físicas. Padecía una
anemia crónica y no se alimentaba.
¿Era necesario el rol del interlocutor?
Enrique no debía atravesar ese momento en
soledad. Me decidí, y puse a todos y a ninguno, porque el que dialoga con él es
el “che pibe” del teatro en el que hará su última función. Un pibe de veinte
años, asistente del jefe de escenario,
que llega hasta el camarín y le avisa que faltan sólo diez minutos para
comenzar.
O sea, alguien ajeno y joven.
Y que lo admira como artista. Enrique ve al
pibe y quiere alargar ese momento. Le pide que no se vaya y entre los dos
compongan un tango destinado a su hermano. Desea eternizar ese momento
creativo, y es ahí cuando aparecen los fantasmas. Él se sintió siempre actor, y
desbordaba en todo lo que hacía. Lo consumía su compomiso social y la pasión
que ponía en su trabajo: en el teatro, en los tangos, en la radio. En Pienso y digo lo que pienso -programa que en un comienzo tuvo como
libretistas a Abel Santa Cruz y Julio Porter, y donde se invitaba a figuras
populares que iban rotando- Enrique, le
habló a un imaginario “contrera”. Después quedó solo en el programa y acabó
dirigiéndose a un oyente que había enviado cartas firmadas bajo el seudónimo de
Mordisquito. Lo fantástico de todo esto es que el partidismo no quedaba
necesariamente expuesto en los tangos, y esto sucedía en él y en otros grandes autores de tango.
¿Tal vez porque se reconocían poetas
populares?
Lo eran, y nos siguen asombrando. Homero
Manzi, Cátulo Castillo, Enrique y otros grandes tienen una poesía excepcional. La
última curda, de Cátulo y música de Anibal Troilo, es de 1956, año de los
fusilamientos en José León Suárez. ¿Y cómo poetiza Cátulo en ese año? : “...¿no ves que vengo de un pais/ que está de
olvido, siempre gris tras el alcohol?... “ ¿Y
qué nos cuentan Yira yira o Tormenta, uno de mis tangos más
queridos: “... Yo siento que mi fe se tambalea, / que la gente mala, vive
¡Dios! mejor que yo...” También en la década del '30, la llamada “década infame”, Enrique crea Cambalache.
Hoy vemos a gente que siempre tuvo
poder social y económico que se ufana con la letra de este tango. Olvidan que
Discépolo está criticando a sus
poderosos antepasados.
Prefieren pasar por desmemoriados...
Por eso, traer a estos personajes y
proyectarme desde el aquí y el ahora es lo que intento cuando escribo sobre
Carlos Gardel, que es el inventor del tango; y ahora sobre Enrique Santos,
reinventor del tango desde un lugar distinto al de Gardel, que inventó todo. En
1917 nace el primer tango-canción con Mi noche triste, cantado por
Gardel con la “complicidad” de Pascual Contursi que le puso letra a la música
que había compuesto Samuel Castriota con el nombre de Lita en 1916.
Gardel le dio entidad social, narrativa
y dramática al tango. Sentó las
bases de cómo cantar una historia en el tango, y todavía hoy sigue
siendo el mejor. En Mi noche triste, instala una historia y un
desenlace, y hasta plantea un tema muy presente: la independencia de la mujer.
Es ella la que abandona al hombre: “Percanta que me amuraste en lo mejor de mi
vida...”
Otra es la historia de Enrique.
Pertenecía a una familia de artistas. Su
padre, inmigrante napolitano, era músico, y su hermano, Armando, con quien se
crió, era autor y director de grandes obras de teatro. El padre murió cuando
Enrique tenía cinco años, y la madre cuando él tenía nueve. Vivió en la casa de
una tía casada con un hombre rico. Lo que sucedía en esos años, y le costaba
soportar, es lo que su hermano refleja después en la obra de teatro Babilonia
(grotesco criollo de 1925). Enrique prefería estar con los criados, todos
inmigrantes.
Era primera generación argentina de su
familia y sentía como pocos el dolor de los otros. Lo escribe Homero Manzi en Discepolín, su
tango-homenaje con música de Aníbal Troilo dedicado a Enrique: “Te duele como
propia la cicatriz ajena...” Y le dolía,
por su compromiso poético, social y espiritual, porque se “desangraba” en la
vida del otro.
¿Qué significa esta obra en su
trayectoria?
Este es el gran proyecto de mi vida. Guardé
la obra durante cinco años, esperando el momento justo para presentarla. Rubén
Pires quería dirigirla desde hace tiempo, y hoy me siento acompañado por un
equipo valioso. Nicolás Cucaro es el pibe que dialoga con Enrique; está también
Eleonora Dafcik. Se ha hecho un buen trabajo en máscaras y objetos y en
elaboración visual. Me inquietaba pensar en mi aspecto físico, en cómo quedaría
mi máscara, y sobre todo la nariz de Enrique, porque era un sello en su delgado
rostro, y tan particular que la menciona Manzi en su conmovedor Discepolín:
“Conozco de tu amargo sufrimiento/ y comprendo lo que cuesta ser feliz:/ Y al
son de cada tango te presiento/ con tu talento enorme y tu nariz/...”
¿Hubo cambios en esos cinco años de
espera?
Se los debo al director Rubén Pires que
hizo un gran trabajo de reinterpretación de lo que yo había escrito y utilizó
máscaras. Una de éstas es la de Armando Discépolo, y su aparición coincide con
la primera estrofa de uno de los tangos que Enrique dejó inconcluso, y dice:
...”Me pidió la escalera prestada/ pa' subir hasta donde llegó./ Cuando estuvo
afirmado en el techo, /me dio una patada en la jeta, y rajó. “... De ese tango
se ocuparon los hermanos Expósito, y lo dieron a conocer con el nombre de Un
tal Caín. Homero se ocupó de la letra (en los registros figuran Enrique y
Homero) y Virgilio de la música. Otro tango que dejó inconcluso, y utilizamos
en el espectáculo, es Mensaje. Enrique había compuesto la música y
después de su muerte Cátulo Castillo le puso letra Cátulo era muy nigromante. Tenía en el pecho
un medallón grabado con el día de su propia muerte, y murió en esa fecha.
Cuando entregó la letra dijo que no era suya, que se la había dictado
Enrique.
Enrique (Enrique Santos Discépolo)
Comedia-Grotesco musical de Luis Longhi
Actores: Luis
Longhi, Nicolás Cucaro y Eleonora Dafcik
Dirección, diseño de escenografía, vestuario
e iluminación: Rubén Pires
Máscaras y objetos: Eleonora Dafcik
Realización de máscaras y maquillaje: Analía Arcas
Intérprete al piano: Luis Longhi
Entrenamiento de piano: Federico Mizrahi y Víctor Simón
Asistente de dirección: Alma Curci
Lugar:
Teatro La Comedia, Rodríguez Peña 1062 CABA
Tel. (011)
4815-5665/ 4812-4228
Funciones: Los
domingos a las 18 a partir del 08/04/2018
Duración: 60
minutos