Crédito: Asociación Argentina de Actores |
La noticia de la
muerte de un ser admirado y querido nos transforma. El primer impulso es
evocarlo, recuperar el tiempo ido y acaso acallar la certeza de la muerte.
Graciela Araujo, actriz de fina sensibilidad, agradecida y tenaz en su trabajo,
falleció el pasado viernes 3 de mayo de un paro cardíaco después de haber
cumplido una labor fundamental en la escena y en otras áreas del arte. Nació en
La Plata el 24 de septiembre de 1930 y participó en obras siendo estudiante en
el Conservatorio de Música y Artes Escénicas en tiempos de la dirección del
destacado músico y compositor Alberto Ginastera (creador de ese Conservatorio
en 1949 y en 1951 el de Música Julián Aguirre, en Banfield). Entonces daba
clases de teatro la actriz y directora Milagros de la Vega, a quien Araujo
reconocía una visión moderna del teatro. De esa etapa, Araujo comentó en uno de
los diálogos que mantuve con ella que, siendo alumna, integró un elenco con el
seudónimo de María Souto. Esto porque no estaba permitido actuar como
profesional a quien era estudiante. El seudónimo correspondía a su primer
nombre y a su segundo apellido. Calificaba de atrevimiento a esos avances, como
actuar en Las criadas del francés Jean Genet, en el Teatro Universitario
de La Plata. Personalidad inquieta, participó en La Comedia provincial y el
Teatro Argentino de su ciudad. Viajaba seguido a Buenos Aires, y la atrapó la
radio: “Milagros dirigía un radioteatro y me llamó. Fui a Radio Belgrano, y
después pasé al Elenco Estable de Radio El Mundo.” Allí trabajó en un programa
que dirigía otro grande del teatro: Armando Discépolo. Conoció a Alberto Migré
y participó en telenovelas de este autor y en otras dirigidas por él.
Su labor abarcó
obras clásicas y populares, y teatro al aire libre, como el que se ofrecía en
el Jardín Botánico, el Teatro del Lago (Palermo), el Museo Larreta y el de
Caminito (en La Boca), impulsado por el director Cecilio Madanes. Integró el
Elenco Estable del Teatro San Martín, disuelto en 1989. Destacada intérprete de
celebradas obras clásicas y contemporáneas, participó además de la radio (incluida
Radio Nacional) en telenovelas y unitarios de María Herminia Avellaneda, en
ciclos de TV y el cine. En películas como Yo, la peor de todas (1990),
de María Luisa Bemberg; y Un muro de silencio (1993), de Lita Stantic.
Obtuvo
galardones en distintos ámbitos del arte y numerosos en el teatro. De éstos
recordaba el preciado Molière (el argentino), por su interpretación en la
versión de Hamlet, de William Shakespeare, protagonizada por Alfredo
Alcón. El premio le significó un pasaje a París, y allí un cálido y alentador recibimiento.
Tuvo el placer de conversar con el celebrado actor y director Jean-Louis
Barrault (quien había visitado Buenos Aires), y con la actriz Madeleine
Renaud.
Era claro que, a
pesar de su interés por el cine y su admiración por los jóvenes creadores, el
teatro fue un imán. “Trabajé en muchas obras dramáticas, aunque me gusta lo
cómico” Y en este punto tuvo su oportunidad en obras de comicidad bien
diferentes, y daba ejemplos: las creaciones de los clásicos franceses y
españoles, como Molière y Tirso de Molina, y más cerca en el tiempo, La
Celestina en una versión de Jorge Goldenberg que dirigió Osvaldo Bonet en
1993. Se trataba de remozar el humor satírico del texto original de Fernando de
Rojas. Una versión donde la Celestina interpretada por Araujo no ahorraba
malicia ni verdades: “Florecí para secarme, crecí para envejecer, envejecí para
morir.”
Otra pieza de fiera
comicidad fue Las Presidentas, donde la actriz compuso a Erna junto a
Thelma Biral y María Rosa Fugazot, dirigidas por Manuel Iedvabni. Esto fue en
2002 en el Teatro El Nudo. También aquí Araujo demostró su arte para reflejar
el “humor seco” que exigía esta obra del austríaco Werner Schwab. Una
“ceremonia doméstica”, retrato de cómo en una sociedad que ha convalidado
regímenes totalitarios reaparecen “ayudantes” de verdugos. “Una ceremonia
irreverente -decía entonces Araujo- y una reacción de Schwab frente al pasado
nazi y la discriminación.”
Y hubo más
comicidad “pensante” en la historia teatral de la actriz. Y vale detenerse en Agua,
de Gladys Lizarazu, donde compuso en 2005 a una Aurora de “duras aristas” en el
marco de una acción que transcurre en Buenos Aires entre fines de 2001 y
comienzos de 2002. Tiempo de violencia, muerte y saqueos. Otro deseo cumplido
fue actuar en Las reglas de la urbanidad en la sociedad moderna, obra
del francés Jean-Luc Lagarce, de humor más acotado por aquello de la urbanidad.
La traducción era de Ingrid Pelicori y la dirección de Rubén Szuchmacher. Una
apuesta que en un principio la asustó, porque estaba sola en la escena. Temor
que pronto dejó atrás. La sostenía su experiencia y los estudios con Milagros
de la Vega y la actriz austríaca Hedy Crilla, maestra de actores; con Roberto
Durán, Agustín Alezzo, Augusto Fernandes y otros destacados intérpretes,
maestros y directores.
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