jueves, 20 de octubre de 2016

UNA JORNADA SINGULAR

En Todas las canciones de amor, de Santiago Loza, la actriz Marilú Marini vuelve a sorprender en el rol de una sencilla mujer de barrio, ansiosa por recuperar el cariño del hijo que regresa después de años de ausencia, y mitigar la pena por el tiempo no compartido. Dirige Alejandro Tantanian.


Marilú Marini

Bucear en los sentimientos, vacilar y atreverse a ironizar sobre lo propio ocupan la espera del personaje que monologa en Todas las canciones de amor, de Santiago Loza, autor y director con trabajos en el cine y la TV. Lo que sucede en la escena puede ser espejo de un deseo o un ensueño, o divagaciones previas a un hecho cierto. La mujer que dice hacer sus labores diarias sin pensar en lo perdido aguarda al hijo que partió años atrás y vendrá acompañado por su pareja, un afroamericano que la madre imagina semejante al actor que personificó al esclavo Kunta Kinte en la miniserie Raíces. Mientras aguarda a su hijo Martín acuden a su memoria episodios lejanos, “misterios” hogareños, triviales para quien no experimenta su ansiedad, como la inusitada fuerza que aplicó al mango de su cepillo de dientes hasta quebrarlo. Un anodino contratiempo o aviso de lo que vendrá.

El personaje que compone Marilú Marini (residente en Francia desde 1975 pero siempre de regreso en la Argentina, y con proyectos presentes y futuros) se pregunta cómo avanzar en ese día; y halla cobijo en los detalles de la vida diaria, en la observación de los pequeños hechos que la movilizan. Su relato descubre acalladas sensaciones y un imperioso deseo de dar y recibir cariño, aun cuando atraviesa períodos de insatisfacciones y desacuerdos. Circunstancia que la perturba y acaso le exige elaborar un cierre a ciertas coincidencias y detalles en apariencia superfluos pero nunca olvidados.

En ese marco, Marini se prodiga en el escenario y resuelve las transmutaciones de su personaje variando el volumen, la entonación, el ritmo de su voz y el gesto. En esa línea, tan suya en sus numerosas presentaciones en el teatro, el cine y la TV, recrea con sensibilidad arrolladora el divague (que es al mismo tiempo refugio) y la desesperación de ese personaje que llega al paroxismo cuando recuerda un episodio de la infancia de su hijo. Una mujer que, consciente de su fragilidad, se dirige al público y le pide avanzar juntos en la narración de esa jornada que acaso los asombre al conocer qué camino ha elegido para lograr su autoestima, o sea, la anhelada aceptación de sí misma.

El ingreso del hijo (Ignacio Monna, actuación y canto) a modo de evocación o cercanía, y la presencia del músico en escena (Diego Penelas en arreglos, dirección musical y piano) acompañan su relato con canciones, como la tonada Canto de ordeño, de Antonio Estévez; y Samba para olvidar, de Daniel Toro; y otras diferentes, edulcoradas o cursis. Todas conformando breves rupturas en el monólogo de una mujer que se siente en deuda con su propia vida. A este relato de un laberinto personal, no develado totalmente, Marini sabe hallarle un humor pícaro que se acerca por momentos a la estética del clown. El pintoresco diseño de la escenografía y el vestuario es obra de Oria Puppo; las luces corresponden a Omar Possemato, Oria Puppo y Alejandro Tantanian; y de la selección musical participan Monna, Penelas y Tantanian, director de esta puesta. La producción general es de Pablo Kompel.

Lugar: Paseo La Plaza

Sala Pablo Picasso

Av. Corrientes 1660 CABA Tel. (5411) 6320-5300

Funciones: viernes y sábados a las 20; domingos a las 19.

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