viernes, 19 de agosto de 2016

VIDAS REBELDES A LA BIOLOGÍA


Rafael Alberti
Luis Buñuel


El estreno en Buenos Aires de El grito en el cielo, por La Zaranda. Teatro de Andalucía La Baja, y su crítica a sociedades dispuestas al descarte de longevos no se detiene en el lamento ni se limita a una sociedad. Avanza hacia otras áreas al mostrar a los internos de un geriátrico deseosos de escapar de lo que encierra y desgasta, de la estupidez y la indiferencia.  Ante ese impulso vital de los internos que echa luz sobre  la “cultura del descarte” (hoy en debate), importa recordar las historias de aquellos que, con años sobre la espalda y batallas ganadas y perdidas,  no concibieron el tiempo que les quedaba como un simple añadido a sus biografías. Hicieron obra en tiempos difíciles y donde pudieron, dentro y fuera de su territorio. Y por dar ejemplos históricos del país de La Zaranda, vale mencionar en el campo de la cultura a los poetas Jorge Guillén, Vicente Aleixandre y Rafael Alberti; los pintores Salvador Dalí, Pablo Picasso y Joan Miró; los músicos y compositores Rodolfo Halffter y Andrés Segovia,  y el cineasta Luis Buñuel. Es cierto: no son longevos desconocidos, pero todos desobedecieron al tiempo biológico. 

“No se ve ni se siente viejo el viejo”, escribió Guillén, galardonado con el Cervantes en 1976. Fue este poeta quien, de regreso en su país, después de su “emigración voluntaria” a Estados Unidos y México, asumió de esta forma su vejez: “Las hijas de las madres que amé tanto/me besan ya como se besa a un santo”… Casado primero con una francesa y después con una italiana, decía no ser un español “castizo”, porque no tenía nada de inquisidor.  Sustituía el término “patriotas” por “amigos del país”, y lo aclaraba: “Cuando oigo hablar de patriotas, pregunto: ¿cuántos muertos?” Guillén (1893-1984) fue, junto a Vicente Aleixandre (1898-1984), uno de los últimos sobrevivientes de la Generación del  27 que, en realidad, reunía a creadores con años y estéticas diferentes, como Luis Cernuda, León Felipe, Miguel Hernández, Federico Garcia Lorca; el poeta, escritor y lingüista  Dámaso Alonso, y otros no mencionados aquí, pero no olvidados. 

Después de superar un “oscurecimiento fugaz” de la visión, el sevillano Vicente Aleixandre, Premio Nobel de Literatura  1977, retornó siendo mayor a la escritura en prosa (Los encuentros). “He pasado una larga temporada sin luz. Se veía un poco de resplandor, pero sólo los bultos: era una especie de sospecha de la realidad, faltaba la realidad misma…”  Los amigos le decían: “estarás deseando escribir”; y él respondía: “No. Estoy deseando ver. La vida está antes que el arte”.   

“Yo… que no me pienso morir”, era una frase que el poeta gaditano Rafael Alberti, repetía con frecuencia.  Vivió en la Argentina parte de su prolongado exilio tras la guerra civil española; y poco antes de cumplir sus 80 años (en diciembre de 1982) logró el reconocimiento oficial de su país, y recibió el Premio Cervantes de Literatura 1983. Alberti  (1902-1999) armonizó el sentimiento lírico con sus aproximaciones al pueblo y a la política en distintas etapas: se recuerda su poema Elegía (de Marinero en tierra), y entre otros poemas y textos El poeta en la calle, Consignas, De un momento a otro (teatro) y los sonetos de Roma, peligro para caminantes, en los que revela  belleza formal, protesta y dolor ante el exilio. 

“Soy el espectador de mi propio final”, arriesgaba el pintor Salvador Dalí (1904-1989), cuando perdió a su compañera Gala (Helena Diakanoff), en 1982. Deprimido, en una de sus últimas exposiciones en su natal Figueres (Gerona), no permitió la impresión de un catálogo. “Si un museo tiene un catálogo es que está muerto.”  Se calificaba de “mal pintor lleno de intenciones estupendas”, y seguía influyendo en la pintura contemporánea como Pablo Picasso, según los especialistas, con mayor decisión que Dalí. 

Picasso (1881-1973) no hablaba de la muerte; vivía obsesionado con su trabajo. “Mañana voy a empezar a pintar verdaderamente”, prometía. Artista de “mirada inquisidora, taladrante, insufrible” (en palabras de Alberti), afirmaba hasta poco antes de morir, la necesidad de que “la pintura sea tan inteligente como para que sea como la vida. Pero que esa vida sea hecha con pintura”.  Convencimiento que algunos críticos sintetizan en su cuadro Guernica (bombardeo del 26 de abril de 1937), donde “hay un drama, pero en la parte inferior se ve una flor”.

Otro  artista que desafió a la biología fue el pintor catalán Joan Miró (1893-1983), quien en su primera época entró en contacto con el surrealismo, se atrevió después a  manejar líneas y colores sobre fondos planos, y en sus últimos años recuperó “la libertad sin culpa de los niños”. En esta etapa, presentó la serie Retratos imaginarios, donde un ejemplo es La reina Luisa de Prusia. 

En la música, el compositor Rodolfo Halffter (1900-1987) se inclinó por el neoclasicismo recibiendo influencia del maestro Manuel de Falla, y adhirió a las propuestas de la vanguardia internacional. Como otros españoles de su generación, fue marcado por la guerra y la censura padecidas en España, y se exilió en México tras la derrota de la Segunda República española.
  
El guitarrista Andrés Segovia (Linares, 1893-1987, Madrid),  viajero y maestro incansable, cercano a los 90 años continuaba dando cursos y conferencias. Guitarristas de gran nivel, en su país y el extranjero,  buscaban su aprobación. En este punto,  Segovia era terminante: “Usted debe tocar la Chacona (de Johann Sebastian Bach) toda su vida, pero no puede interpretarla públicamente antes de los 60 años”.  Demoledor, pero amable y dispuesto a narrar anécdotas, solía librarse de los molestos, aduciendo estar ocupado y desear “dormir eternamente”. 

Broma no compartida por el cineasta Luis Buñuel (1900-1983), aun cuando ya muy enfermo admitiera que en la vejez su único proyecto era “el rito del martini diario”. Buñuel escandalizó con las asociaciones sensoriales de Un perro andaluz, y vivió durante casi todo su exilio en México, donde filmó, entre otras películas, Los olvidados (1950), sobre la “infancia delincuente” en las grandes ciudades.  A los 77 años sorprendió con Ese oscuro objeto del deseo. Obtuvo premios y no perdió su corrosivo humor al final de su camino. Lamentaba no poder estar tan atento a “los hechos de la vida” para poder vivirlos sin pensar demasiado en el éxito o el fracaso.  


Un apunte nada desdeñable para los que temen ser los sumergidos de la cultura del descarte.   

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