lunes, 30 de enero de 2017

DECIR ADIÓS

Teresa Escalante, psicóloga, esposa del dramaturgo y novelista Carlos Gorostiza, distingue a De Narciso a las selfies como “ensayo poético”, y cuenta haber compartido su lectura “página a página”. Esa querida cercanía es el motivo de esta entrevista y su relato de los adioses del autor.



Foto: Magdalena Viggiani
Carlos quería escribir, pero dudaba, no estaba seguro… Decía que una novela le llevaría demasiado tiempo. Un amigo muy querido le propuso un ensayo. Era un comienzo. Se animó, y apareció el título viendo cuánto les costaba a mis hijos y nietos separarse de sus celulares. Me pareció fantástico que a los 95 años pensara en escribir algo así. No se detenía. Su estudio estaba al lado del espacio en el que yo trabajo, y desde allí lo oía reír a carcajadas, porque en su libro hay humor y recuerdos y todo lo quería compartir. Recordando vivencias y testimonios, ideó otra historia para Narciso. Imaginó que más que ver su rostro, Narciso quería conocer su imagen interior, y de eso trata su libro. Carlos recuerda personajes, lugares… Cuando visitamos las Cuevas de Altamira, acostados en el piso, mirando la belleza de las figuras rupestres se emocionaba imaginando que nos habían dejado un mensaje que deseaban compartir con nosotros. Habla de la escultura que representa a la Justicia en el hall de entrada a Tribunales, de sus brazos extendidos y de su personal interpretación de ese gesto tan diferente al de las otras estatuas con balanzas y espadas; del Hospital de Oncología Ángel Roffo… Creo que sabía que iba a partir. Y como lo sabía, quería escribir sobre lo que había vivido y sentido en profundidad.

Le advertí que me parecía que “se estaba alejando del tema”. Me respondió “No me importa porque eso es lo que quiero decir“. Y lo dijo con mucho énfasis. Entonces le pregunté si era su testamento… “¿Y, sí, por qué no?”, me respondió feliz. Le interesaba qué estaba pasando en esta época con esa búsqueda de la imagen interior que para él era tan importante. Por eso me conmueve, y mucho, el capítulo sobre la aparición de Narciso. Carlos es el autor que lo “convoca”, y la figura de un muchacho le aparece borrosa en el interior del café donde Carlos busca refugio para escribir. Ve que el joven lleva un libro de Rilke, y él intentará descubrir qué le interesa: leer ese texto de Rilke, lo que él ha escrito sobre Narciso o quedarse con una selfie de ese encuentro. Esa es la reinterpretación que hace Carlos de Narciso que nos afecta a todos.


Este libro es un recorrido por su vida y un testamento. Carlos se refiere al reclamo de justicia, a la ética médica, al Juramento Hipocrático… No se sentía bien, pero quería regresar a algunos de los lugares que menciona en su libro: ver la estatua de la Justicia que está en Tribunales y viajar hasta el Hospital Roffo. Cuando fuimos a Tribunales lo vimos vallado porque había una manifestación, y al Roffo, deteriorado. Era suficiente. Se estaba despidiendo. Y todo lo agradecía. Fuimos muy felices.

Carlos no sabía si iba a terminar el libro, pero pudo hacerlo. Su idea era que lo editara Eudeba. Disfrutó muchísimo escribiendo. Era un libro raro dentro de su escritura. Cuando lo terminó se lo dio a leer a su amigo Manuel Antín, que se mostró fascinado y se lo pasó a Luis Gregorich. Recién después de escuchar sus opiniones, se animó y habló a Eudeba. Lo atendió Luis Quevedo, que vino a nuestra casa. Conversamos… Cuando le comunicaron que lo publicarían en la primavera, la alegría de Carlos era la de un chico que publicaba por primera vez. Hasta bailamos abrazados. Toda su vida parecía estar en ese deseo. Su apuro por la edición se debía a que no creía poder llegar a otras primaveras.

Sintió no poder asistir al homenaje que había organizado la gente del Teatro Cervantes. No tenía voz y se sentía débil. No podía subir así al escenario… Hubo una invitación a la casa de Magdalena Ruiz Guiñazú, a la que iría gente amiga y otra a la que le gustaba conocer. El médico le dio permiso. Esa noche nos encontramos con gente encantadora, inteligente para la risa y lo serio. Cuando nos estábamos retirando, alcanzó a decirme que se sentía mal, lo abracé y se desplomó. Lo acostamos en una banqueta. Me eché a llorar, lo besaba, lo abrazaba… Llegó la ambulancia, y en el momento en que abrió los ojos, bromeó y dijo “Hacía falta un espectáculo importante”. Esto lo cuenta Daniel Muchnik en una nota. Yo no dejaba de llorar… Magdalena me dijo “Tere, no llores, pensá qué maravilla es la vida de Carlos y después de esta vida morir rodeado por los amigos… “ Subí a la ambulancia, y en el camino al sanatorio seguía repitiendo sus palabras porque me hacían bien. Pensé que no debía ser egoísta. Las vivencias de Carlos en la niñez, la felicidad que encontraba en la lectura, su sensibilidad ante el dolor de los otros, sus obras, sus libros… Sí, la vida de Carlos fue una maravilla.

miércoles, 11 de enero de 2017

NARCISO, ENTRE LA VERDAD Y LA APARIENCIA

El premiado dramaturgo, novelista y director teatral Carlos Gorostiza ofrece en su último libro otra visión del mítico Narciso. Lejos de las especulaciones de mitólogos y psicoanalistas, su texto atrapa al internarse y crecer en ámbitos más cercanos a un juego de realidades e invenciones. 

La prosa transparente de Carlos Gorostiza se descubre como “totalidad dinámica” en De Narciso a las selfies tendiendo  lazos con determinados acontecimientos  de la historia universal, la cultura y la ciencia. El autor sugiere preguntas y transmite amplitud de pensamiento, incluidas sus “divagaciones” (así las califica), comparables en otro plano al travieso gesto con que solía rematar alguna frase en las entrevistas. Gesto que ilustra con arte el dibujante uruguayo Hermenegildo Sábat en la tapa de esta primera edición de Eudeba. 

Ante el supuesto de que el ser humano necesita saber qué hay de oculto en la propia imagen, Gorostiza parte del mítico Narciso, lo acerca a este tiempo e idea un paralelo con las selfies, que no es una captura final en el relato sino un punto de vista. Juega con un tiempo que  -escribe-  “se divierte con nosotros” sin que en esta aventura literaria pierda terreno. La curiosidad no decae, en parte porque las preguntas en torno de cómo nos vemos o cómo nos ven, qué sentimos o qué hacemos con nuestra vida inquietan y seducen. 

 “La vida es un viaje”, y porque así lo expresó en otras ocasiones, no extraña esa insistencia en este libro, publicado tras su fallecimiento (el 19 de julio de 2016), ni extraña  el deseo de transmitir aquello que lo ha marcado sin arrogarse originalidad, agradecido quizás a la figura del mito que puso en movimiento su relato, y que ha inspirado a las artes y ofrecido material a psicólogos y moralistas.  Sucede que la avidez por lo secreto, por la imagen que se oculta no ha cesado. Tal vez por eso  la ficcional secuencia de quien enamorado de sí advierte que su rostro reflejado en el  estanque aparece deformado por el movimiento del agua sea para Gorostiza una señal: Ese “fracaso de Narciso se convirtió en el primer conocimiento revelado acerca de la impotencia que sufre el ser humano en su necesidad de conocerse a sí mismo”.

Creador de numerosas piezas de teatro, alrededor de cuarenta y cinco, varias de éstas de proyección internacional, director, y en su primera época titiritero y actor, Gorostiza recibió homenajes y premios en la Argentina y otros países americanos y europeos, y publicó relatos testimoniales y novelas como Los cuartos oscuros (1976), Cuerpos presentes (1981), El basural (1988), Vuelan las palomas (premio Planeta 1999), La buena gente (2002), La tierra inquieta (2008); un libro de  memorias, El merodeador enmascarado (2004);  y otro de rescate,  De guerras y de amores (2012), poemas y textos escritos entre 1939 y 1944; y este último De Narciso…, fechado en 2016, en su Postdata. 

La búsqueda de lo esencial se percibe en sus obras, diálogos y entrevistas.  “Intentar verse uno mismo en el mundo, preguntarse para qué está uno…  Pienso que ese deseo se intensifica con el paso del tiempo, con la cercanía de la muerte, porque uno ha vivido mucho y sigue sin saber quién es y adónde va”, decía tras la publicación de La tierra inquieta.  

Califica de “divagaciones” a sus palabras sobre el hombre primitivo y nos remite a experiencias propias al observar las pinturas paleolíticas que se conservan en la cueva de Altamira (Cantabria. España) y  la necrópolis neolítica en la isla de Malta. No se desentiende de quienes en todas las épocas “claman” por una mejor existencia y se organizan en ritos colectivos.  ¿Deseo de trascendencia, de protección o búsqueda de “una imagen verdadera”?

En ese camino -que es también el del relato-  se producen desvíos que no cortan lazos sino que sugieren nuevas relaciones. Los hitos de este recorrido quedan estampados en capítulos que suman descubrimientos e invenciones, creaciones literarias, y apuntes sobre autores y libros.

Menciona a Lewis Carroll y Alicia en el país de las maravillas o “la necesidad que tiene el ser humano de vivir en un mundo de sueños que la realidad diaria le escamotea”;  al británico Bertrand Russell, filósofo, matemático…, y a otros seres que hicieron posible un mayor conocimiento de la naturaleza, la ciencia y la literatura. Se detiene en capítulos: La cámara oscura, La palabra escrita, El daguerrotipo, La fotografía…, donde sus observaciones recuerdan al lector aspectos de su libro La tierra inquieta, cuyo protagonista, fotógrafo, necesita testimoniar con su cámara las crueldades de una tierra en conflicto y dejar de ser un simple testigo.

Avanzando “a saltos por la historia” y lejos de la creencia de que el espejo y la fotografía restan energía al que se observa o plasma su imagen, trae a su relato la memoria de fotos testimoniales: una imagen del Che Guevara, tomada por el cubano Alberto Korda (titulada Guerrillero Heroico);  otra captada por Robert Capa, “la muerte viva” de un miliciano republicano, durante la Guerra Civil Española; la imagen de la niña quemada con napalm, huyendo de su aldea vietnamita bombardeada (la niña es Kim Phuc, y el fotógrafo Huynh Cong “Nick” Ut); y la divulgada (y cuestionada) del  niño sirio hallado ahogado en la costa occidental de Turquía.

En el apartado La ley se suceden las referencias a Moisés, Aristóteles,  Hammurabi (de Babilonia) y su código; en El universo, a Copérnico, Galileo, Kepler …, y en otros capítulos destaca a más autores y libros que lo marcaron: el húngaro Arthur Koestler  y su libro Los sonámbulos (1959);  el  bilbaíno Miguel de Unamuno y su ensayo Del sentimiento trágico de la vida;  el físico alemán Albert Einstein y Mis creencias (compendio de artículos, discursos, conferencias …);  y Miguel de Cervantes con El Quijote, donde la figura de Sancho Panza y el habla popular resultan ser un cable a tierra ante los desbordes de Alonso Quijano, el célebre Don Quijote.

El intento sigue siendo descubrir “la propia verdadera imagen”, de ahí que todo lo creado es valioso en este recorrido que rescata en un tramo final -casi una escena teatral-  al poeta  y novelista checo Rainer Maria Rilke, y Gorostiza confiesa su pasión por el teatro, al que dedicó tanto. “El teatro es astuto… nos hace creer que vivimos sólo una verdad artística… y muchas veces nos hace vivir un cambio, acercándonos a la verdad”, escribe.  ¿Será la verdad, entendida como un camino para ser libre, la que descifre la propia verdadera imagen y reconozca  al huidizo e intangible Narciso bromeando entre las selfies?