Teresa Escalante, psicóloga, esposa del dramaturgo y novelista Carlos Gorostiza, distingue a De Narciso a las selfies como “ensayo poético”, y cuenta haber compartido su lectura “página a página”. Esa querida cercanía es el motivo de esta entrevista y su relato de los adioses del autor.
Foto: Magdalena Viggiani |
Le
advertí que me parecía que “se estaba alejando del tema”. Me
respondió “No me importa porque eso es lo que quiero decir“.
Y lo dijo con mucho énfasis. Entonces le pregunté si era su
testamento… “¿Y, sí, por qué no?”, me respondió feliz.
Le interesaba qué estaba pasando en esta época con esa búsqueda de
la imagen interior que para él era tan importante. Por eso me
conmueve, y mucho, el capítulo sobre la aparición de Narciso.
Carlos es el autor que lo “convoca”, y la figura de un muchacho
le aparece borrosa en el interior del café donde Carlos busca
refugio para escribir. Ve que el joven lleva un libro de Rilke, y él
intentará descubrir qué le interesa: leer ese texto de Rilke, lo
que él ha escrito sobre Narciso o quedarse con una selfie de
ese encuentro. Esa
es la reinterpretación que hace Carlos de Narciso que nos afecta a
todos.
Este
libro es un recorrido por su vida y un testamento. Carlos se refiere
al reclamo de justicia, a la ética médica, al Juramento
Hipocrático… No se sentía bien, pero quería regresar a algunos
de los lugares que menciona en su libro: ver la estatua de la
Justicia que está en Tribunales y viajar hasta el Hospital Roffo.
Cuando fuimos a Tribunales lo vimos vallado porque había una
manifestación, y al Roffo, deteriorado. Era suficiente. Se estaba
despidiendo. Y todo lo agradecía. Fuimos muy felices.
Carlos
no sabía si iba a terminar el libro, pero pudo hacerlo. Su idea era
que lo editara Eudeba. Disfrutó muchísimo escribiendo. Era un libro
raro dentro de su escritura. Cuando lo terminó se lo dio a leer a su
amigo Manuel Antín, que se mostró fascinado y se lo pasó a Luis
Gregorich. Recién después de escuchar sus opiniones, se animó y
habló a Eudeba. Lo atendió Luis Quevedo, que vino a nuestra casa.
Conversamos… Cuando le comunicaron que lo publicarían en la
primavera, la alegría de Carlos era la de un chico que publicaba
por primera vez. Hasta bailamos abrazados. Toda su vida parecía
estar en ese deseo. Su apuro por la edición se debía a que no creía
poder llegar a otras primaveras.
Sintió
no poder asistir al homenaje que había organizado la gente del
Teatro Cervantes. No tenía voz y se sentía débil. No podía subir
así al escenario… Hubo una invitación a la casa de Magdalena
Ruiz Guiñazú, a la que iría gente amiga y otra a la que le
gustaba conocer. El médico le dio permiso. Esa noche nos
encontramos con gente encantadora, inteligente para la risa y lo
serio. Cuando nos estábamos retirando, alcanzó a decirme que se
sentía mal, lo abracé y se desplomó. Lo acostamos en una banqueta.
Me eché a llorar, lo besaba, lo abrazaba… Llegó la ambulancia, y
en el momento en que abrió los ojos, bromeó y dijo “Hacía falta
un espectáculo importante”. Esto lo cuenta Daniel Muchnik en una
nota. Yo no dejaba de llorar… Magdalena me dijo “Tere, no
llores, pensá qué maravilla es la vida de Carlos y después de esta
vida morir rodeado por los amigos… “ Subí a la ambulancia, y en
el camino al sanatorio seguía repitiendo sus palabras porque me
hacían bien. Pensé que no debía ser egoísta. Las vivencias de
Carlos en la niñez, la felicidad que encontraba en la lectura, su
sensibilidad ante el dolor de los otros, sus obras, sus libros…
Sí, la vida de Carlos fue una maravilla.