Rafael Alberti |
Luis Buñuel |
El estreno en Buenos Aires de El grito en el cielo, por La Zaranda.
Teatro de Andalucía La Baja, y su crítica a sociedades dispuestas al descarte
de longevos no se detiene en el lamento ni se limita a una sociedad. Avanza
hacia otras áreas al mostrar a los internos de un geriátrico deseosos de
escapar de lo que encierra y desgasta, de la estupidez y la indiferencia. Ante ese impulso vital de los internos que
echa luz sobre la “cultura del descarte”
(hoy en debate), importa recordar las historias de aquellos que, con años sobre
la espalda y batallas ganadas y perdidas,
no concibieron el tiempo que les quedaba como un simple añadido a sus
biografías. Hicieron obra en tiempos difíciles y donde pudieron, dentro y fuera
de su territorio. Y por dar ejemplos históricos del país de La Zaranda, vale
mencionar en el campo de la cultura a los poetas Jorge Guillén, Vicente
Aleixandre y Rafael Alberti; los pintores Salvador Dalí, Pablo Picasso y Joan
Miró; los músicos y compositores Rodolfo Halffter y Andrés Segovia, y el cineasta Luis Buñuel. Es cierto: no son
longevos desconocidos, pero todos desobedecieron al tiempo biológico.
“No se ve ni se siente viejo el viejo”,
escribió Guillén, galardonado con el Cervantes en 1976. Fue este poeta quien,
de regreso en su país, después de su “emigración voluntaria” a Estados Unidos y
México, asumió de esta forma su vejez: “Las hijas de las madres que amé
tanto/me besan ya como se besa a un santo”… Casado primero con una francesa y
después con una italiana, decía no ser un español “castizo”, porque no tenía
nada de inquisidor. Sustituía el término
“patriotas” por “amigos del país”, y lo aclaraba: “Cuando oigo hablar de
patriotas, pregunto: ¿cuántos muertos?” Guillén (1893-1984) fue, junto a
Vicente Aleixandre (1898-1984), uno de los últimos sobrevivientes de la
Generación del 27 que, en realidad,
reunía a creadores con años y estéticas diferentes, como Luis Cernuda, León
Felipe, Miguel Hernández, Federico Garcia Lorca; el poeta, escritor y lingüista Dámaso Alonso, y otros no mencionados aquí,
pero no olvidados.
Después de superar un “oscurecimiento
fugaz” de la visión, el sevillano Vicente Aleixandre, Premio Nobel de
Literatura 1977, retornó siendo mayor a
la escritura en prosa (Los encuentros).
“He pasado una larga temporada sin luz. Se veía un poco de resplandor, pero
sólo los bultos: era una especie de sospecha de la realidad, faltaba la
realidad misma…” Los amigos le decían:
“estarás deseando escribir”; y él respondía: “No. Estoy deseando ver. La vida
está antes que el arte”.
“Yo… que no me pienso morir”, era una
frase que el poeta gaditano Rafael Alberti, repetía con frecuencia. Vivió en la Argentina parte de su prolongado
exilio tras la guerra civil española; y poco antes de cumplir sus 80 años (en
diciembre de 1982) logró el reconocimiento oficial de su país, y recibió el
Premio Cervantes de Literatura 1983. Alberti
(1902-1999) armonizó el sentimiento lírico con sus aproximaciones al
pueblo y a la política en distintas etapas: se recuerda su poema Elegía (de Marinero en tierra), y entre otros poemas y textos El poeta en la calle, Consignas, De un momento a otro (teatro) y los sonetos de Roma, peligro para caminantes, en los que revela belleza formal, protesta y dolor ante el
exilio.
“Soy el espectador de mi propio final”,
arriesgaba el pintor Salvador Dalí (1904-1989), cuando perdió a su compañera
Gala (Helena Diakanoff), en 1982. Deprimido, en una de sus últimas exposiciones
en su natal Figueres (Gerona), no permitió la impresión de un catálogo. “Si un
museo tiene un catálogo es que está muerto.”
Se calificaba de “mal pintor lleno de intenciones estupendas”, y seguía
influyendo en la pintura contemporánea como Pablo Picasso, según los
especialistas, con mayor decisión que Dalí.
Picasso (1881-1973) no hablaba de la muerte; vivía obsesionado con su trabajo.
“Mañana voy a empezar a pintar verdaderamente”, prometía. Artista de “mirada
inquisidora, taladrante, insufrible” (en palabras de Alberti), afirmaba hasta
poco antes de morir, la necesidad de que “la pintura sea tan inteligente como para
que sea como la vida. Pero que esa vida sea hecha con pintura”. Convencimiento que algunos críticos
sintetizan en su cuadro Guernica (bombardeo del 26 de abril de 1937), donde
“hay un drama, pero en la parte inferior se ve una flor”.
Otro
artista que desafió a la biología fue el pintor catalán Joan Miró
(1893-1983), quien en su primera época entró en contacto con el surrealismo, se
atrevió después a manejar líneas y
colores sobre fondos planos, y en sus últimos años recuperó “la libertad sin
culpa de los niños”. En esta etapa, presentó la serie Retratos imaginarios, donde un ejemplo es La reina Luisa de Prusia.
En la música, el compositor Rodolfo
Halffter (1900-1987) se inclinó por el neoclasicismo recibiendo influencia del
maestro Manuel de Falla, y adhirió a las propuestas de la vanguardia
internacional. Como otros españoles de su generación, fue marcado por la guerra
y la censura padecidas en España, y se exilió en México tras la derrota de la
Segunda República española.
El guitarrista Andrés Segovia (Linares,
1893-1987, Madrid), viajero y maestro incansable, cercano a los 90
años continuaba dando cursos y conferencias. Guitarristas de gran nivel, en su país y el extranjero, buscaban su aprobación. En este punto, Segovia era terminante: “Usted debe tocar la Chacona (de Johann Sebastian Bach) toda
su vida, pero no puede interpretarla públicamente antes de los 60 años”. Demoledor, pero amable y dispuesto a narrar
anécdotas, solía librarse de los molestos, aduciendo estar ocupado y desear
“dormir eternamente”.
Broma no compartida por el cineasta Luis
Buñuel (1900-1983), aun cuando ya muy enfermo admitiera que en la vejez su
único proyecto era “el rito del martini diario”. Buñuel escandalizó con las
asociaciones sensoriales de Un perro
andaluz, y vivió durante casi todo su exilio en México, donde filmó, entre
otras películas, Los olvidados
(1950), sobre la “infancia delincuente” en las grandes ciudades. A los 77 años sorprendió con Ese oscuro objeto del deseo. Obtuvo
premios y no perdió su corrosivo humor al final de su camino. Lamentaba no
poder estar tan atento a “los hechos de la vida” para poder vivirlos sin pensar
demasiado en el éxito o el fracaso.
Un apunte nada desdeñable para los que
temen ser los sumergidos de la cultura del descarte.