El director Oscar Barney Finn y su puesta
de Poder absoluto, de Roger Peña
Carulla, obra que apunta a la política
del “vale todo” en un match actuado
por Paulo Brunetti y Carlos Kaspar.
“Con la referencia a Las manos sucias quise poner en claro la distancia que hay entre
los que se meten en la podredumbre y los que todavía defienden valiosos
conceptos y mantienen una conducta ética. Uno no escapa fácilmente de una
realidad perversa, por eso creo que necesitamos
insistir en un teatro que valore la reflexión”. Oscar Barney Finn, premiado director de teatro y cine, régisseur y dramaturgista, guionista y
profesor (lo fue en la UBA y en otras instituciones y entidades culturales),
responde así a una pregunta sobre la inserción de aquella obra de Jean Paul
Sartre en Poder absoluto, pieza del
catalán Roger Peña Carulla, que presenta en el Teatro Payró (San Martín 766),
donde los actores Paulo Brunetti y Carlos Kaspar recrean el certero contrapunto
que desata una estremecedora confesión.
Nacido en Berisso (La Plata), de ascendencia irlandesa y vasca, Barney
Finn realizó estudios en Italia, Estados Unidos y Francia, donde, becado, fue
meritorio del director Jean-Marie Serreau y pudo apreciar los trabajos de
Samuel Beckett, Arthur Adamov y Eugène Ionesco. Experiencia que al retornar a
Buenos Aires le permitió proponer Play,
de Beckett, al grupo Yenesí, iniciando una actividad sin intervalos. Dirigió
obras de autores extranjeros y nacionales,
como Un acto rápido (1965), de Eduardo “Tato” Pavlovsky, y Viejo matrimonio, de Griselda
Gambaro; Eva y Victoria, La excelsa,
Lejana tierra mía, Madame Mao, Cartas de amor, Ceremonia
secreta (sobre un cuento de Marco
Denevi), Querido Tennessee y Noches
romanas. Estrenó obras en España, Chile y Uruguay, realizó la puesta
de óperas y fue invitado a festivales internacionales. Filmó cortos,
documentales y largometrajes (entre otros Contar
hasta diez, Cuatro caras para
Victoria, Momentos robados) y
programas y ciclos para la TV, como Guía
de padres; Encuentros (con
personajes de la historia argentina) y Muchacho de luna, en homenaje a Federico
García Lorca.
Dueño de una envidiable memoria, relata
vivencias, plasmadas algunas en las fotografías que cubren las paredes de su
casa, donde compiten dibujos, pinturas y libros. Memora alegrías y tropiezos,
como el abortado estreno de La vuelta al
hogar, del inglés Harold Pinter; una puesta de Leopoldo Torre Nilsson
censurada en la Argentina de 1967. “Era la época del comisario Luis Margaride y su ‘operativo moralidad’
–cuenta--, la de las persecuciones y la detención y el corte de pelo a los
jóvenes que se atrevían a lucir melena. Entonces yo era asistente de Nilsson,
que no retrocedió. Con los mismos decorados y el mismo elenco estrenó La fiesta de cumpleaños, también de
Pinter. De aquellos años recuerdo Tierra de nadie, con Jorge Petraglia y
Leal Rey. ¡Estupenda! Y las que presentaban Francisco Javier y Marcelo Lavalle,
Alejandra Boero y el grupo Los Independientes….
Uno estaba metido en ese espacio, pero también disfrutaba de las puestas
de Cecilio Madanes en el Teatro Caminito, en La Boca, y del trabajo de Osvaldo
Bonet, Jorge Luz, y tantos otros”.
--La acción de Poder… se desarrolla en Viena, a fines de la década del ’80, entre
dos personajes, Arnold Eastman y Gerhard Bauer, políticos de un partido de
derecha. Allí se menciona al Partido Popular, al que
pertenecía Kurt Waldheim (presidente de Austria entre 1986 y 1992), acusado de
haber participado en el genocidio nazi. ¿Arnold, aspirante a la presidencia de
Austria, guarda relación con el caso Waldheim?
--El autor tuvo presente esa historia.
Waldheim, oficial del ejército alemán,
había participado en Salónica (Grecia) con fuerzas nazis, y asumió la
presidencia a pesar de todo. Esa es una vuelta de tuerca del autor, a quien,
creo, lo impulsa a escribir esta obra la
política conservadora del Partido Popular español .
--En Las
manos sucias, estrenada en 1948, se plantean cuestiones políticas y
personales, como hasta dónde pactar y ser marioneta para obtener poder. ¿Esa es también la intención en este montaje?
--Después de la
Segunda Guerra Mundial se produce un
rediseño de Europa, y en ese nuevo
panorama se vuelven a tirar las cartas. No tengo dudas de que la obra de
Peña Carulla es contundente en esos temas, pero quise mostrar otros aspectos de
la personalidad de Arnold: su mundo personal, el de la música que le agrada
escuchar y su dedicación al cultivo de tulipanes. En el original, la acción
transcurre en un living. Busqué otro clima, y el autor me dio libertad.
Cuidamos el lenguaje, y tratamos de dar respiro al espectador.
--¿Por eso la música de Giacomo Puccini? Se
sabe de personajes crueles que exteriorizan rasgos de humanidad a través de
ciertas delicadezas…
--Tampoco era
para agarrarlo del cuello, aunque el personaje provoque esa reacción. El desafío
aquí es poner a un personaje frente a otro, y dejarlos hablar. Hacer entendible
la trama y no aburrir. En este sentido se ha dado una conjunción exacta, porque
Paulo y Carlos son muy buenos actores. Es importante la empatía, que no siempre
se logra. Recuerdo la extraordinaria empatía que hubo entre Leonor Benedetto y
Elena Tasisto, en Vita y Virginia.
Ellas se entregaron abiertamente a la propuesta, y el público las siguió. Lo mismo sucedió en Noches romanas entre Virginia Innocenti y Osmar Núñez. Estoy hablando también de
calidades humanas.
--¿Vale todo en política, como han opinado
algunos espectadores a la salida de una función de Poder…?
--La política
influye, y a veces determina, pero en toda realidad incide la responsabilidad
del gobernado, y saber que su elección será
parte de su vida. Pasa también en teatro. Cuando uno se decide por una
obra tiene que pensar porqué la toma. Aquí se muestra una realidad y la ambición de los personajes, la corrupción y
el intento de mantener una ética. Habíamos programado el estreno para el año
pasado en Chile… Hubo demoras, y cayó ahora, en época de elecciones. Es natural
entonces que el espectador asocie. Y no está mal, aunque ése no fue nuestro
objetivo. El teatro es a veces
grandilocuente, pero mis búsquedas son terrenas y cotidianas. Me importa el planteo dramático
y estético: diseñé el espacio y la
realización fue del artista plástico Eduardo Spíndola, que hizo un aporte
interesante. He tenido la suerte de trabajar siempre con muy buenos escenógrafos
e iluminadores, tanto en teatro como en cine y ópera. Con Alberto Negrín, María
Julia Bertotto, Félix Monti, Emilio Basaldúa, Leandra Rodríguez…
--Defender principios o pactar, como se
plantea en la obra, no parece ser hoy una disyuntiva dramática. Migrar de un
bando político a otro acaba siendo divertido...
--Sí. En otras épocas las familias tenían un
color político, y eso marcaba a distintas generaciones. Indudablemente, tuve
una cierta pertenencia. Crecí quizás oyendo esa voz tan particular del radical
Ricardo Balbín bajo los tilos de La Plata. La división del partido se dio con
la llegada al gobierno de Arturo Frondizi. Por un lado estaba la UCR del Pueblo
y por otro la UCR Intransigente. Los amigos no se reunían más en un mismo
bar. Ante esa dicotomía, uno decidía si
seguía el mandato o no, si había que encarar algo nuevo, transformar y
transformarse… Y quizás la vida
sea eso. Esto debería ser motivo de
reflexión, pensando en el futuro, y sin caer en el simplismo de no diferenciar
entre lo que se ha hecho bien y lo equivocado. La gente está hoy más atenta a
la política, y eso es positivo.
--¿Proyecta nuevos estrenos?
--Después de un intervalo en diciembre,
retomaremos Poder absoluto a partir de enero. Estoy trabajando en El Diccionario, obra del español Manuel
Calzada sobre la vida de María Moliner
(autora del Diccionario de uso del
español, escrito por Moliner y publicado en 1967). El estreno será en El
Tinglado, en la segunda quincena de febrero, con actuación de Graciela Dufau; y
preparo otra obra con Gonzalo Demaría (autor, compositor y director teatral) y
una más con Carlos Furnaro (coproductor de Tamara,
un living-play de 1990). Llevaremos Poder…
a Chile, donde hice varias puestas, elaboré guiones y tengo posibilidad de
filmar. El cine chileno viene produciendo películas sobre temas a los que
antes la sociedad había sido
refractaria: El club, por ejemplo,
dirigida por Pablo Larraín y premiada con el Oso de Plata del Jurado en Berlín.
Tengo y he tenido buenos contactos con actores, directores y autores chilenos y
uruguayos. Con China Zorrilla y Antonio “Taco” Larreta, que ya no están;
con Jacobo Langsner, Estela Medina…
Uruguay ha sido siempre una vía de escape. En Montevideo veía
las películas que la dictadura prohibía. Iba con la gente del Cine Club
Núcleo que fundó Salvador Sammaritano.
Allá teníamos el semanario Marcha, y sus firmas, importantes, como las
de Homero Alsina Thevenet, Emir Rodríguez Monegal… Los uruguayos tienen algo que a mí me
deslumbra: quieren al río y viven de cara al río, no como nosotros que vivimos
de espaldas al río, y esto hace que Montevideo sea una ciudad abierta. Con
“Taco” hemos escrito el guion de Momentos robados y otros para
televisión. Daba gusto hablar con él. Era una persona rica en su mundo. Vivía en una casa muy sencilla, muy barrial,
con una gran parra… Pude juntar a “Taco” y China en Cartas de amor, en Montevideo. Si
de algo tengo sana envidia es de la inteligencia y el conocimiento de
las personas, y de los que nos abren
puertas a cosas que no sabemos que todavía existen. He tenido discusiones con
China, sobre todo en la puesta de Eva y
Victoria, de Mónica Ottino, y tuve que reconocer que China era sabia. Tenía
lo que en lunfardo llamamos yeite, que en ella era habilidad y
picardía en el escenario.
Poder
absoluto, de Roger Peña Carulla. Elenco: Paulo Brunetti y Carlos Kaspar. Puesta
y dirección de Oscar Barney Finn. Teatro Payró, San Martín 766 CABA.
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